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De cuchillas, empedrados y arenas blancas

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Un recorrido por tierras charrúas, con partida en Nueva Palmira, pasando por Carmelo, Colonia y Fray Bentos, entre otros sitios.

Por Juan Carlos Campanelli

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Tenía guardada en mí la idea –y también la información- de hacer este viaje a la costa uruguaya, pero me negaba a concretarlo solo. Entonces apareció Marta para “dar el sí”. Nos conocíamos poco, a ella de trotes y competencias y al francés Gilles, quien completó el trío de pedaleo, sólo por un café unos días antes.
Poco antes de salir compramos los pasajes en Línea Delta, ida y vuelta a Nueva Palmira. Conviene hacerse de algunos pesos uruguayos y llevarlos, o bien cambiar al bajar en Nueva Palmira.
La salida estaba anunciada para las 7:30. Hasta el Tigre fuimos en auto y lo dejamos frente a la empresa, en un estacionamiento de estadía diaria.
Comenzó el viaje. Marta, que casi no había dormido porque se había acostado tarde después de preparar las cosas y había amanecido muy temprano para salir, dijo que disfrutaría del viaje, pero ¡se durmió como un oso! Quedamos Gilles y yo haciendo relaciones públicas con otros acompañantes.
DSC04598Transcurrieron las tres horas y media de lancha por el interior de las verdes islas del Delta, con vegetación de color verde y marrón y un cielo totalmente despejado. Disfrutamos mucho de ese paseo peculiar para quienes vivimos en las urbes.
En el amarradero de Nueva Palmira armamos las alforjas y mochilas. Consultamos en la oficina de turismo pegada al embarcadero y partimos hacia nuestro alojamiento, a unas cuadras de allí.
Nueva Palmira tiene una zona portuaria con grandes buques de carga. En su costanera hay varias acopiadoras de cereales donde se guardan los granos que serán transportados. La costa es muy bella, con arboledas y mucho verde. Allí se pueden ver los más hermosos atardeceres, en una paleta de colores anaranjados.

Llegamos al hotel. Dejamos allí lo que no necesitaríamos para el trayecto hacia Carmelo, programado para lo que aun nos quedaba de ese día. Partimos por un camino de asfalto en mal estado por el tránsito de camiones. Se va bordeando las cerealeras y hay un poco de tránsito, pero sin peligro.
Después tomamos un camino de ripio o conchillas. Comenzaron algunas subidas y bajadas, conocidas en Uruguay como cuchillas, que demandan un esfuerzo en la pedaleada, a veces bastante intenso.
Así fuimos andando el camino hasta que llegamos a Punta Gorda. Antes pasamos Paseo Darwin, donde se encuentra el hito del kilómetro cero del Río de la Plata. También hay un obelisco que recuerda el lugar en donde indígenas lugareños mataron al conquistador español Juan Díaz de Solís. La playa es muy linda; da gusto recorrer ese pequeño bosquecito, con rayos de sol que atraviesan la frondosa arboleda pintando el terreno de sombras claroscuras.

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Un gran grupo
Desandamos el camino hasta el desvío que dice “a Carmelo” y tomamos una calle de tierra a la derecha que nos conectó con la Ruta 21 (que va desde Mercedes, en el norte, hasta Colonia, en el sur, copiando la costa). Por ésta nos desviamos a las vistosas playas de Zagarzazu, un muy lindo lugar para pasar unos días, con tranquilidad pueblerina y el lecho del río de fina arena.
Ahí me fui dando cuenta de que Gilles era un verdadero mountain biker. El francés había pedaleado por los Alpes y otros varios lugarcillos de Europa, de esos que nos dan envidia. La tenía clara el amigo y llevaba una necesidad interior de revivir toda su historia de ciclista de ley. También vivió el Tour de Francia y anduvo en nieves y montañas arriba y abajo.
A Marta la conocía de otras disciplinas deportivas –los dos éramos corredores de larga distancia. Creí que le sería duro este viaje en bici, porque era el primero, pero la dura resultó ser ella. Se la bancó y nos seguía a full sin decaer. Tiene historia de deporte y además se sentía mimada y cuidada por dos galanes. Fue una más en el grupo, ¡gran mujer!

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Sobre la ruta 21 se veía un espectacular bosque con el hotel Four Seasons (cinco estrellas), un campo de golf y viñedos, reconocidos por ser los más extensos de Uruguay. Además, unas enormes estancias y chacras, mucho verde. Así llegamos a Carmelo, entrando por la avenida principal, que nos condujo hasta la orilla del río.
Carmelo fue fundada en 1866. Todavía mantiene sus calles adoquinadas y algunas anticuadas paredes de barro, que plasman la vida de los antepasados y son la máxima expresión de la cultura uruguaya. Allí encontramos motos, motitos y bicicletas por todos lados, y también la plaza sobre la costa del río y el puente giratorio que se abre en 180º, primero de su tipo en Uruguay.
Cruzando el puente hay clubes y dos amarraderos (el Carmelo Rowling Club y el Yatch Club Carmelo). Un poco más adelante está la encantadora playa SER, con arenas blancas y limpias. El piso del río de arena invita a entrar, con una arboleda en la playa. Ese fue el lugar elegido para tomar sol y mates.
De regreso queríamos pasar por la Capilla Narbona, donde se comenta que vivió San Martín, pero cerraba a las 17 hs y llegamos minutos más tarde. Otra vez será.

La chiquilinada más linda
Regresamos por la ruta (asfalto) hasta la bifurcación del monumento de Don Quijote, donde tomamos a la derecha hacia el pueblo. Nuestra idea era llegar hasta la empresa de micros Berruti, en Nueva Palmira, que va por Ruta 21 haciendo todo el recorrido hasta Colonia, para ver si nos llevaban con las bicis al día siguiente hasta el empalme con la ruta 22, de modo que pudiéramos ir desde allí hasta Colonia pedaleando. En la empresa nos dijeron que sí.
Recordé las caídas del sol sobre el horizonte y entonces dije “vamos a la costa”. Con una mezcla de chiquilinada, adrenalina y deseo, bajamos volando por las calles de la ciudad, cruzando las esquinas a full hasta llegar a la costa en el preciso instante de la puesta del sol. Fue un inolvidable momento de relax, satisfacción y alegría.
De regreso al hotel caímos en la esquina de un viejo almacén de ramos generales, en donde conocimos al Rey del Mate uruguayo, un personaje de aquellos.
Después de un baño reparador cenamos en un restaurante cercano al hotel, muy familiar y accesible.

Ida a Colonia
Al otro día reparé una pinchadura que descubrí en mi bici y desayunamos con facturas que Gilles procuró. Ya en la terminal cargaron las bicis en el micro y, tras una hora de viaje, nos dejaron al costado de la Ruta 22 armando ruedas, alforjas y mochilas. Por una ruta interna de conchillas nos internamos unos cuantos kilómetros en busca de la Estancia Anchorena (residencia presidencial de descanso). Llegamos cerca del mediodía, después de un intenso pedaleo. Nos desilusionamos, pues sólo hay dos horarios de visita guiada, a las 10 y a las 14, y no se puede ir sin guía.
Necesitábamos a alguien que nos sacase una foto conjunta y justo aparecieron Karina y Micha, quienes paseaban en bici por Uruguay festejando un año de estar juntos. Con ellos formamos un grupo, lo que nos dio ánimo para encarar la ida hacia las barrancas, en un descenso pronunciado hacia el río.
Luego decidimos volver a Colonia por el camino interno (no por la Ruta 21). Aparecieron nuevamente las subidas y bajadas, que, con la carga de las alforjas, se hicieron más duras.
Se fue haciendo el camino hasta divisar a lo lejos la Plaza de Toros. Pasamos por la antigua cancha de pelota paleta y el hipódromo. Después llegó el asfalto. Estábamos cansados, pero nos impulsaba el deseo de buscar un lugar para sentarnos a tomar algo. Objetivo cumplido.
Nos hospedamos en el hostel Colonial -que Marta había reservado-, sobre la avenida principal, a tres cuadras de la ciudad antigua. El lugar tiene buenos baños y buenas habitaciones.

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Arena fina y blanca

Al otro día salimos camino a Santa Ana y Riachuelo por la ruta 1, por su banquina bastante ancha y en buen estado. Aparecieron las infaltables subidas y bajadas. A los pocos kilómetros se anunciaba la entrada a una estancia regional, donde su dueño también creó un museo, por el cual obtuvo varios premios Guiness, uno de ellos por su colección de lápices y llaveros. Nos quedamos un buen rato allí, entre latas de todo el mundo, frascos de perfumes, llaveros, lápices y varios objetos más. De ahí fuimos a ver sus regionales y a probar dulces de lo más variados: arándanos, cebolla, higos y muchos más.
Emprendimos camino nuevamente y caímos en una playa pasando Riachuelo. Bajamos unos pocos kilómetros y detrás de unas dunas descubrimos un paisaje con arena fina y blanca, extensa para ambos lados, y algunos arbustos en la ribera. Nos tentamos con un remojón hasta la cintura.
Volvimos a Colonia por la banquina de la ruta 1. No fue fácil. Gilles, adelante, tiraba contra un viento muy intenso y en contra, que complicaba las subidas. Sobre la ruta vimos el cartel del amarradero de yates de Riachuelo. Ahí doblamos a la izquierda, cruzando la ruta hacia la costa del brazo del río, que se metía en un lugar con camping y parrilla, donde amarraban los barcos y sus tripulantes se reunían bajo la frondosa arboleda.
Seguimos viaje contra el maldito viento. Un consejo: hacerse amigo del viento y de las subidas, no maldecir, pensar que ya pasará.
Ruta, rotonda e ingreso a Colonia, a buscar dónde comer unas empanadas con una copa de vino, cosa que ya era obsesión para Gilles.
Después anduvimos de paseo en la ciudad vieja, por calles empedradas, lugares bonitos y un amarradero, disfrutado del sol de la tarde, la costa, la terminal de trenes, todo pintoresco y con muchos visitantes.
Recogimos las pertenencias del hostel y partimos hasta la terminal de ómnibus que nos dejaría nuevamente en Nueva Palmira.
Cansados, comidos y felices por haber cumplido cada uno de los objetivos, nos fuimos a dormir para disfrutar nuestro último día en Uruguay.

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El deber de ser feliz
La lancha de vuelta a Tigre salía a las 16. Por la mañana, la dueña del hostel nos aconsejó partir en sentido contrario a Colonia, hacia Fray Bentos, en busca de la playa de los 33 Orientales. Son unos 15 kilómetros desde Nueva Palmira por la Ruta 21 y luego por la ruta 2, asfaltadas. También hubo subidas y bajadas y pasamos por campos lindantes.
Nos dirigimos hacia la costa del río por la entrada de un camping que funcionaba en temporada de verano. El día se prestaba, así que nos pusimos las mallas y ¡al río! Disfrutamos del sol y de la tranquilidad del lugar, alejados de los ruidos de vehículos, reencontrándonos con la belleza natural.
En el regreso hicimos un alto en el camino en el altar de una virgen que fue armado por los hijos del dueño de una estancia, fallecido en el hundimiento del Titanic.
Ya en el hotel cargamos los bártulos que faltaban y camino al puerto hicimos los trámites de aduana. Salimos hacia Tigre, haciendo nuevamente el vistoso recorrido entre las islas, con el sol cayendo en el atardecer. A las 20:00 llegamos a Buenos Aires.
Finalizó este viaje, seguramente el primero de otros tantos que compartiremos, felices por haber cumplido lo pensado, contentos del clima que nos tocó, complacidos por la adaptación de este recién formado equipo y agradecidos con la gente de Uruguay por su amabilidad y respeto.
Me gusta escribir esta historia. Me hace rememorar momentos y saber que en quienes leen se despierta el deseo de vivir algo parecido. ¡Es posible! Debemos fijar la idea en nuestra mente, sentir el deseo de hacerlo, inducir a quienes nos rodean a compartir estos momentos inolvidables y disfrutar de los colores, de los paisajes y de la naturaleza con todos los sentidos. “Hay un sólo deber: ser feliz” (Diderot).

EN SÍNTESIS
Salida: Tigre (Buenos Aires).
Destino: Costa del Uruguay.
Km totales: 210.
Época: Marzo.
Recorrido: Día 1: Nueva Palmira, Punta Gorda, Carmelo, Nueva Palmira (70 kilómetros). Día 2: Nueva Palmira a Ruta 22 (micro) y a Colonia (60 kilómetros). Día 3: Colonia a Santa Ana pasando por Riachuelo, y luego Colonia a Nueva Palmira (en micro, 50 kilómetros). Día 4: Nueva Palmira, Playa 33 Orientales (30 kilómetros).
KM totales: 210 kilómetros.
Ciclistas: Marta, Gilles, Juan Carlos.
Bicicletas: Vairo 3.8, Venzo MX 6, Raleigh 5.5.
Equipo de viaje: Repuestos, cables de freno y cambio, cubiertas, cámara, cortacadena, trozo de cadena, rayos. Ropa de lluvia: Capa, cubre alforjas y mochilas, pantalón de lluvia. Ropa deportiva: Campera de ciclismo, remeras de ciclismo, calzas, medias, buzo polar medio, campera de nylon liviana, casco, guantes, lentes de sol. Artículos de aseo personal, protector solar.
Alojamiento: Hotel La Casona: www.welcomeuruguay.com. En fines de semana largos es bastante complicado conseguir alojamiento, las reservas se deben hacer con anticipación. Además, en Carmelo, por ejemplo, no aceptan reservas por día, sino por todos los días del feriado.

MAPA

Nota publicada en Biciclub Nº206, febrero 2012.

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SLP 5 Pro: “El mejor regalo de Navidad es una bicicleta” (¡Y con más razón si es en 18 cuotas fijas!)

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En primer lugar, debemos destacar los beneficios para la salud que aporta este regalo. Nada mejor que realizar deporte cuando, en el caso de los niños, su cuerpo está en pleno crecimiento. Además, la bicicleta pone en movimiento un gran número de músculos del cuerpo que los ayudarán a estar en forma conforme van creciendo.

En segundo lugar, la sensación de felicidad que usar una bici otorga. ¿Quién no recuerda la sensación de triunfo y libertad que experimentamos la primera vez que pudimos pedalear sin necesidad de usar sin ayuda de estabilizadores?

Además, les estamos transmitiendo la importancia del cuidado medioambiental y de llevar adelante un estilo de vida saludable.

Y en cuarto lugar, quitamos el foco en la tecnología y compartimos un momento con ellos, generando un vínculo lleno de experiencias y recuerdos.”

Por estas razones, en #SLP creen que el mejor regalo que podés hacer en esta Navidad es una bicicleta. Y para que ello sea posible, la marca ofrece, entre sus  mejores opciones,  el modelo 5 Pro, disponible en rodados 12, 16, 20, 24 y 29.

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