La mujer, la libertad y la bicicleta no comparten solamente el artículo femenino que las define. Hay una relación entre estos tres elementos que se va construyendo poco a poco: la primera alcanza a la segunda mediante la tercera. Esta es la historia de una mujer, sobre dos ruedas, viajando tres mil kilómetros.

Fueron muchas las razones que me llevaron a elegir a Croacia como punto final de este viaje. Quería volver a visitar las playas rocosas, el azul turquesa único del Adriático, caminar por los laberintos de las calles de la región de Dalmacia y, sobre todo, reencontrarme con buenos amigos croatas que habían compartido techo conmigo en el pasado. Bueno, tal vez esa fue la gran razón, la razón inicial. Sin embargo lo que me hizo seguir pedaleando más allá de los 1800 kilómetros que separan a Barcelona de Croacia…, eso lo encontré en la carretera, sobre mi bicicleta.
La bicicleta y el comienzo de la saga
La Rocinante era la que me llevaba al trabajo todos los días: una vieja Peugeot naranja, fabricada en 1975. Los zapatos no eran unas zapatillas de ciclismo, sino un par de chanclas, y en las alforjas, compradas de segunda mano, llevaba las vicisitudes de la inexperiencia sumadas al deseo de conocer lo desconocido.
Nunca había viajado sola en bicicleta y nunca había hecho un campamento libre/salvaje sola. Entonces, para que uno fuera el empujón del otro, invité a Bruno y así salimos juntos de Barcelona en un caluroso día de verano. Con él fui hasta Fréjus en Francia, unos 800 kilómetros.
Mi experiencia en el cicloturismo se reducía a una pequeña aventura por la costa uruguaya en 2016, lo que me aseguró que cambiar la cámara de aire no fuera una pesadilla, excepto cuando necesité cambiar la cámara ya completamente parchada en Albania: si no fuera por la piedad y la simpatía de un coleccionista de baratijas que me salvó con una cámara de 29” producida en la ex Unión Soviética, tal vez el viaje hubiera terminado allí mismo.
Los primeros kilómetros fueron alucinantes. Andar en bicicleta por la Costa Brava, en España, es un deleite para la vista, aunque no tanto para las piernas. Hay un sinfín de subidas y bajadas que siempre terminan en una playa con mar azul turquesa. Doscientos kilómetros y cinco días después cruzamos la primera frontera y ¡voilá, estábamos en Francia! La emoción de cruzar una frontera desata una inexplicable explosión de endorfina. Quien es cicloviajero sabe lo especial que es el “día de cruzar la frontera”.
Pero antes…
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No todas son flores si vas en carpa
En mi diario describí uno de los días de esas primeras etapas por España: “60 kilómetros, 60 metros de desnivel, 35°C, Sant Antoni de Calonge-Ampuriabrava (Gerona, España): día tranquilo, solo una subida más cuesta arriba, luego una plenitud llana larga. A pesar de ser un lugar muy bello, por donde atravesamos muchos kilómetros en medio de hermosas plantaciones de girasoles, Ampuriabrava es como un parque, una reserva natural, absolutamente llena de mosquitos durante el verano. Curiosamente no había muchas posibilidades para acampar en la naturaleza. Nuestras opciones eran un espacio entre barriles de basura o al lado de una estación de agua súper hedionda. Fue ahí donde acampamos. Viajar sin dinero no siempre es tan divertido como parece.”
No todas son flores en el viejo continente. No siempre es fácil encontrar un lugar para simplemente armar tu carpa y pasar la noche (el famoso campamento salvaje), además de que cada país tiene sus propias leyes con respecto a la práctica. Pese a ello, el también conocido como camping gratuito alivia el presupuesto de viaje y ha sido y es mi mayor aliado en esta (y otras) aventuras. Cabe mencionar que las aplicaciones Couchsurfing y Warmshowers fomentan el alojamiento solidario para los viajeros, además de fortalecer los lazos entre personas de diferentes países y culturas. Entre camping gratuito, alojamiento solidario e invitaciones aleatorias de buenos samaritanos, los gastos que tuve con el alojamiento se resumieron en siete noches de las 90 que viajé.

Gente que te cuida
Sí, viajar sin dinero puede ser muy divertido y garantiza situaciones que el dinero ciertamente no brinda. Una vez, al pasar por la bahía de Kotor, en Montenegro, conocí a una familia serbia que estaba de vacaciones en la costa. Me invitaron a acampar en su jardín y la invitación terminó siendo un fin de semana completo con derecho a una habitación dentro de la casa y un regalo de la abuela cuando finalmente me dejaron seguir viaje. Otra vez, ya exhausta por las terribles subidas y el calor sofocante, no tuve fuerzas para reparar la cámara que se había roto por tercera vez ese día y fui rescatada por un croata que, además de ser muy amable y ofrecerme una cerveza, era un ex-ciclista fanático. Terminé conociendo a su familia y pasando una noche en su casa.
Por el camino, me reencontré con amigos y fue como si estuviera un poco en casa otra vez.
Pero cuando Bruno se fue y yo me quedé sola, un nuevo capítulo empezó, completamente diferente…
Cuando él se fue…
“¿Pero no tienes miedo? ¿Qué piensa tu familia de eso? ¿Dónde está tu novio/esposo? ” Desafortunadamente esas fueron las preguntas que más escuché. Sin embargo un extraño sentimiento de gratitud cruza mi mente cada vez que me hacen estas preguntas. Son ellas las que me llevan adelante, las que me hacen cruzar fronteras, avanzar con sueños. Tengo miedo, claro, pero aprendí a lidiar con eso. Hablo con mi miedo y así sigo con la convicción de que el mundo todavía es un buen lugar.
Por supuesto, viajar en bicicleta tiene un aspecto físico, pero el esfuerzo psicológico es el más desafiante. Son horas y horas de pedalear, sola, en silencio, escuchando tus pensamientos más salvajes, los que en el día a día no tienen tiempo de escapar.
Y aquí es donde aprendemos a hablar con nuestros miedos y temores. Es cuando te encuentras cara a cara contigo mismo, cuando algo sucede. Poco a poco el cuerpo se adapta y, quizás lo más importante, la mente se calma. El miedo ya no es tu mayor enemigo y el ciclismo se convierte en la mayor terapia.
Hubieron que pasar unos días para que me pudiera acostumbrar al hecho de estar sola. Tímidamente crucé de Francia a Italia después de haber compartido la jornada con Brigitt, la única ciclista en solitario con la que me crucé en esta aventura (!!).

¿Qué significa llegar?
Ingresar a Italia puede ser una alegría o un tormento: el “lío”, los ruidos y los choferes terribles hicieron que mi corazón hasta añorara a la ciudad de São Paulo (mi ciudad natal). Los carriles bici muy respetados y funcionales de Francia quedaron atrás, dando paso a las carreteras estrechas y sinuosas de la costa de Liguria. La verdad sea dicha, pasé por Italia muy rápido. Mi objetivo era Croacia y solo por eso estaba ahí.
En un esfuerzo por “llegar”, pedaleé más de 100 kilómetros durante varios días seguidos, hasta que finalmente (después de cruzar los pocos kilómetros de la costa de Eslovenia), llegué.
Sobre esa llegada, en el cuaderno de apuntar la vida escribí: “Día 29, kilómetro 1814,22. ¡Madre, llegué! Hoy fue uno de esos días para anotar en el cuaderno. Hace seis meses, llegar a Croacia en bicicleta parecía un plan de niño, sin pie ni cabeza. Nunca llegué a planear mucho, creo que siempre fui fan de ‘deja que la carretera te muestre el camino’. Luego de un mes y más de mil kilómetros ella me mostró que la vida se hace día a día, que sí, que la gente es buena, que los altibajos son metáforas de esta vida loca y que no hay límites para la verdadera voluntad”.
Y justo cuando mis piernas empezaban a adaptarse al ritmo del viaje, llegué. Pero después de todo, ¿qué significa llegar? “En la próxima frontera me detengo”, “La próxima ciudad será la última”… Y así seguí otros 1200 kilómetros, atravesando Croacia de punta a punta, conociendo todas las playas de la costa de Montenegro, entrando en Albania (que, lo confieso, antes de ese viaje ni siquiera sabía cómo señalar en el mapa dónde estaba), y finalmente poner fin a esta odisea en Skopje, Macedonia.

Mujer en bici
Cuando el alma es nómada, los amigos son el refugio seguro, el ancla, el hogar. Los nuevos amigos que haces en el camino son principalmente la razón por la que el viaje continúa. Así se han acumulado cientos de anécdotas a lo largo de estos 3000 kilómetros. Las palabras nunca serán suficientes para agradecer a todos los que me abrieron su casa, a los que me invitaron a tomar una cerveza fría en un verano tan caluroso, a los que imprimieron un mapa de 27 páginas para que no me perdiera, a los que se pusieron en contacto con amigos para poder tener un lugar donde dormir en otra ciudad y, sobre todo, a todos los que me preguntaron si no tenía miedo de viajar sola en bicicleta. Me hacéis creer en un mundo mejor y me hacéis seguir adelante.
Este breve relato de viaje no tiene ninguna intención de autopromoción egóica. ¡Es un intento de demostrar que las mujeres podemos y viajaremos solas en bicicleta!
Por Marina Thaler Machado | thaler.marina@gmail.com
BIO
Soy Marina
Marina Thaler Machado nació en el año 1992 en Campinas, una localidad serrana ubicada a unos 100 kilómetros de San Pablo, Brasil. Es historiadora, formada en la Universidad de Sao Paulo, aunque aclara que más que nada es “trotamundos de corazón”. Vivió en Armenia, Irlanda y España, donde trabajó desde camarera a profesora de yoga. “Cuando terminé la universidad me fui a vivir a Yerevan, Armenia, donde trabajé como profesora de yoga voluntaria en una ONG. Seis meses después empecé un viaje a dedo desde Armenia a Georgia, Turquía, Grecia, Egipto, Marruecos y España. Acabado el dinero, me tomé un vuelo a Dublin, donde viví en una casa con diez chicos croatas, los amigos que motivarían mi primer viaje en bici. Fueron seis meses viviendo en la gris capital de Irlanda, trabajando como mucama. Luego la sangre latina me llevó a vivir a Barcelona, donde no conocía a nadie ni nada. Limpié habitaciones de hostales, vendí pizza, rellené empanadas, fui camarera en un restaurant vegetariano, hasta que me tomé la vieja bicicleta naranja y partí a Croacia, para volver a ver a mis amigos. Ese viaje, que aquí relato, fue en el 2018.”
Ahora Marina está estacionada en Chile, con los sueños de seguir un viaje en bici que quedó en suspenso por el coronavirus. Previamente había alcanzado a recorrer la Patagonia desde Bariloche a Ushuaia.
