Viajes que pronto serán posibles: Uniendo valles en Córdoba

El fin del confinamiento en varias provincias argentinas hará posible que en poco tiempo se puedan retomar algunos viajes cicloturísticos, particularmente dentro de nuestro país. He aquí uno de ellos, en el que poco antes de la pandemia el autor recorrió algunos de los más infrecuentes y bellos lugares de la provincia de Córdoba, una provincia que es fuente inagotable de placer para el turista en bici.

El objetivo de esta travesía en bicicleta fue unir dos puntos emblemáticos en mi vida actual: la ciudad de Córdoba, en la cual resido, y mi pueblo natal de La Paz, en el valle de Traslasierra.

El gigante dormido y las aguas cristalinas del Yuspe

Como todos, este viaje empezó en mi cabeza algunos meses atrás. Lo visualicé y tiempo después estaba dando la primera pedaleada por las afueras de la ciudad de Tanti.

El camino elegido para la travesía fue la vieja Ruta Nacional 28, antigua arteria principal en la comunicación entre la provincia mediterránea y la región de Cuyo, principalmente la provincia de La Rioja. La misma atraviesa el imponente macizo de Los Gigantes (alcanzando los casi 2000 metros sobre el nivel del mar) y la Reserva Hídrica Provincial, para adentrarse luego entre los volcanes de Pocho y desembocar tras un frenético descenso, por el Camino de los Túneles, en los infinitos llanos riojanos.

La primera etapa comenzó con una trepada de 30 kilómetros que rápidamente se encargó de poner a mi ego en su lugar y bañarlo con una buena dosis de humildad. El calor era agobiante y tras pasar la hermosa villa veraniega de El Durazno, el cansancio se empezó a hacer notar.

A los 10 kilómetros de Tanti se encuentra el acceso a la Reserva Cerro Blanco y a los 15 la Reserva Naturista Yatan Rumi. Si bien la subida es constante y casi sin descansos, el esfuerzo no me impidió dar vuelta la cabeza y poder apreciar el imponente paisaje que estaba dejando a mis espaldas. El valle de Punilla, las ciudades de Tanti, Carlos Paz y el Lago San Roque acompañaron mi pedaleo por varios kilómetros. A las orillas del camino pude apreciar varios rebaños de ovejas, tropillas de caballos y hasta llamas pastoreando en los pastizales de altura que ofrecen nuestras sierras.

Luego de 35 kilómetros, con poco más de cuatro horas y media de pedaleo y unos dolorosos calambres, llegué al parador La Rotonda, uno de los puntos de acceso a Los Gigantes. El lugar ofrece camping, alojamiento y servicio gastronómico. El camping fue mi elección. La cena fue al lado de un arroyo, con vistas al macizo e iluminado por la combinación de un cielo cubierto de estrellas y un sinfín de luciérnagas que titilaban sin cesar. Creo que no podría haber elegido mejor locación para pasar la primera noche del viaje.

El agradecimiento fue una constante a lo largo de este viaje: a la vida, al universo o a Dios, si así lo quieren llamar. Agradecimiento por poder estar pedaleando en estos lugares maravillosos y disfrutar del contacto tan pleno con la naturaleza.

A la primera noche en carpa le siguió un despertar con un fuerte viento, que no fue impedimento para realizar un trekking hasta el río subterráneo. Luego de un desayuno potente emprendí la caminata de casi dos horas por las laderas de macizo. A medida que subía por sus cuestas se formaban ante mis ojos vistas sorprendentes. Cada paso vale la pena por un circuito que no deja de maravillar tras cada pestañeo. Totalmente recomendable.

Al descender nuevamente al refugio, el premio fueron unas exquisitas empanadas caseras, elaboradas por la dueña del establecimiento, un mimo al paladar.

Luego del gustoso almuerzo continúe con mi travesía, ahora con rumbo al Río Yuspe, tramo corto de solo 7 kilómetros.

Ante el pronóstico de lluvia para los días subsiguientes, esta sería una parada casi obligatoria para disfrutar de sus aguas calmas y trasparentes. La noche me encontró a orillas de este hermoso río de montaña, viendo la puesta del sol tras las cumbres mientras se avecinaba una tormenta a lo lejos, tormenta que escuché durmiendo plácidamente en los dormis del parador Río Yuspe.

Entre las nubes hacia los llanos riojanos

Dicen que el silencio es el lugar donde uno se encuentra.

El cruce de las Sierras Grandes por su extremo norte implicaba en este viaje no solo un desafío físico sino también emocional, ya que lo realizaría en solitario y en casi total auto subsistencia.

Luego de las dos etapas que acabo de contar, ahora restaba atravesar la amplia pampa de altura característica de nuestras serranías, para luego comenzar el ansiado descenso.

Rozando los cerros a baja altura, las nubes pintaban la mañana de gris y daban una frescura al ambiente que se agradecía después de los días previos de intenso calor. A diferencia de las etapas pasadas, pocos eran los vehículos que transitaban esta parte del camino. Soledad y silencio serán los dos adjetivos que utilizaré para describir esta parte del viaje. En muchos momentos me encontré pedaleando en una total abstracción, sin pensar en nada ni en nadie, solo concentrado en avanzar, observando el abrupto horizonte al que me dirigía sin realizar ningún tipo de juicio.

El viento rosaba mi rostro y silbaba entre las quebradas, la soledad era total. Me encontraba en el medio de la nada, o quizás mejor dicho: de todo. La naturaleza plena se presentaba ante mí y yo, sin desafiarla ni temerle, con respeto y decisión, avanzaba. La soberbia magnitud del paisaje me mostraba también lo frágil e insignificante que es nuestra especie, pero también lo tenaces y perseverantes que podemos ser.

Al llegar al paraje de Cuchilla Nevada, las bajadas comenzaron a ser más frecuentes, aunque intercaladas con duras subidas. Los ríos Guampa y San Guillermo se presentaban como oasis que permitían refrescarse a sus orillas y reponer energías.

Luego de unos 40 kilómetros de pedaleo llegué al pequeño pueblo de San Gerónimo, inicio de un vertiginoso y divertido descenso que, atravesando Tala Cañada y Taninga, me depositó en Salsacate, ciudad donde descansaría esa noche. Al día siguiente me esperaba el famoso Camino de los Túneles.

A 35 kilómetros de Salsacate se inicia ese tramo, una imponente obra de ingeniería construida a principios de la década de 1930 con el fin de agilizar la comunicación con la región de Cuyo. Tras los primeros kilómetros pude comprobar que el pronóstico de lluvia se hacía cada vez más factible. Una tormenta considerable se comenzaba  a formar a mi derecha y avanzaba rápidamente sobre los volcanes de Pocho. En efecto, a los pocos kilómetros la tormenta se hizo presente en su totalidad, obligándome a hacer un parate momentáneo en la localidad de Las Palmas.

Luego de media hora de una lluvia intensa continué viaje. El camino me presentó una subida constante que tuvo como punto final el filo de las sierras, que aun permanecían envueltas por un manto blanco de nubes.

Al llegar a la cima y comenzar el descenso hacia los túneles, la naturaleza me dio un nuevo golpe de humanidad, mostrándome paisajes que escapaban por mucho a lo que me podría haber imaginado.

Por cinco días lo único que había tenido delante de mis ojos habían sido montañas y en ese momento se abrieron antes mis ojos los inmensos llanos riojanos, una extensión sin fin de tierra que parecía perderse en el horizonte.

Luego del ingreso al primer túnel el camino serpentea en un descenso vertiginoso e ideal para soltar un poco los frenos y disfrutar de la adrenalina. Las curvas se suceden una tras otra, siendo muchas paradas casi obligatorias para las fotos de rigor. Una vez abajo y dejando las sierras a mis espaldas, una recta que pareció infinita me depositaría en el paraje de El Cadillo, punto de desvío hacia la ruta provincial 51 y la Reserva Natural Chancani, que sería mi lugar de descanso esa noche.

Esa reserva provincial ofrece camping libre sin costo para sus visitantes y la posibilidad de realizar caminatas por los diversos circuitos dentro del parque. Pero desde mi punto de vista los atractivos más destacados que ofrece son el contacto directo con la flora y fauna de la región y unos de los atardeceres y amaneceres más lindos que pude ver.

La lluvia del día siguiente me hizo imposible continuar ruta, así que luego de un descanso obligado emprendí el último tramo de 70 kilómetros hasta Villa Dolores y La Paz.

Luego de atravesar el pueblo de Chancani, la ruta provincial 51 inicia una recta con leves curvas y casi llana que corre paralela al cordón serrano y se adentra en el bosque chaqueño occidental. El paisaje es un tanto más monótono que los anteriores, pero no puedo negar que tiene su encanto. Como dicen, la belleza radica en los ojos de quien la sabe ver.

Luego de poco más de cinco horas de pedaleo llegué a la ciudad de Villa Dolores, que fue el punto de descanso donde repuse energías antes de emprender el último tramo hasta La Paz, en el extremo sur del departamento San Javier, punto final de este viaje.


Por Silvio Godoy: silvio_mosq@hotmail.com