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Mundo Bici

El Ave Fénix

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Una mountain bike azul, comprada para pedalear junto al Centro Amigos del Pedal, es el único bien material que la autora de este texto pudo rescatar tras un feroz incendio en su departamento.

Texto: Magdalena Lunadei* | Ilustración: Isabel García

Un paro de transporte programado tensaba desde temprano el ambiente de la gran ciudad. Faustino y Martiniano, mis hijos menores, tenían clases normalmente, pero Laureano, el mayor, quedaría a cargo de Natalia, su niñera. Mi jefe nos había pedido que hiciéramos lo posible por ir a trabajar. Entonces me puse el casco, saqué del estacionamiento metálico a la Magoocleta, saludé a todos y me fui a la oficina.
Al llegar a destino, dejé la bici en el lugar de siempre y subí los siete pisos que me transforman de ciclista en oficinista. Imprimí el trabajo del día mientras desayunaba un alfajor y un café. De repente, un mensaje en el teléfono cambió todo. Natalia decía: “Se está incendiando el apto”: ¿depto?, ¿cuarto?, ¿auto? No entendía y no tenía señal en el celular. Bajé corriendo las escaleras y salí a la calle para poder hablar.
Cuando Natalia atendió, entre gritos y llantos, sólo me pudo decir que mientras desayunaban con Laureano en el living, primero habían sentido un ruido y olor a quemado y que después habían visto fuego en mi habitación. Le pedí que sacara a mi hijo de ahí y fuera por ayuda. Me tranquilizó: el nene estaba a salvo y ella había pedido a los vecinos que llamaran a los bomberos.
Subí a la oficina, tomé mis cosas, pedí las disculpas del caso, y con la angustia y la incertidumbre causadas por la noticia, dejé la bici violeta de paseo en el garaje y me tomé un taxi. No podía pedalear en ese estado. Los minutos corrían.
Al acercarme a mi casa, se veía y respiraba el humo intenso. Bajé corriendo del auto y de repente el destino me trompeó en las retinas. Encontré a los chicos que siempre cruzaba en el ascensor con una muñeca, una pelota o un autito, vestidos con sus pijamitas y en brazos de los bomberos o de sus padres, que con los ojos inyectados, la garganta seca y el pecho cerrado, los llevaban corriendo a los médicos.
En la casa de la esquina refugiaron a Laureano y Natalia. Laureano no llegó a ver fuego, y dentro de la inocencia de su autismo, no entendía bien qué pasaba. Walter, el padre de mis hijos, conservó la calma en todo momento. Cuando llegué los bomberos tenían todo casi controlado. Me preguntaron qué había detrás de mi cama: ahí se había generado el siniestro. Un radioreloj, que hacía años estaba ahí y jamás había presentado fallas, había entrado en cortocircuito. El fogonazo había prendido el colchón, aunque yo siempre había mantenido la cama a unos centímetros del tomacorriente. En pocos minutos había arrasado con todo lo que encontró.
El comisario nos tomó una improvisada declaración. Quiso saber si yo era algo de papá*. Le contesté que era la hija y me contó que guardaba de recuerdo, con mucho cariño, dos entradas al teatro que él le había regalado en una situación particular, cuando era agente de tránsito. Recordé perfectamente la escena. Yo estaba también ahí.
El jefe de bomberos nos informó que no se había salvado nada del departamento. El material de construcción estaba destruido; llevaría tiempo y trabajo rearmarlo. Con voz tímida, hice la pregunta necesaria: “¿Y mi bici azul?” El hombre me miró con unos ojos marrones muy grandes y expresivos que resaltaban en su rostro negro y con la sonrisa más tierna que vi últimamente, contestó: “¡Sabe señora que se salvó! Ahora que lo dice, es lo único que se rescata. Tiene un poquito derretidos unos plásticos del manubrio, pero eso se cambia.”
La había comprado a principios de julio. Ahorré mucho y la terminé de pagar con el aguinaldo. La computadora marcaba sólo 500 kilómetros recorridos. Estaba destinada a las pedaleadas en grupo del Centro Amigos del Pedal. La bauticé The Blue Magoo´s: un juego de palabras en honor a la película The Blue Lagoon, que marcó mi adolescencia con el primer amor platónico del cine. Saber que mi compañera de rutas seguiría llevándome por nuevos caminos y aventuras fue una bocanada de oxígeno puro en la trágica escena. Acababa de quedarme sin nada. Me permití un sentimiento egoísta y agradecí que al menos podría seguir pedaleando. Sería ella mi única herramienta material que me empujaría hacia adelante.

Superhéroes
Los bomberos y la policía nos acompañaron a hacer la entrega del inmueble. Entramos al gigante de Paternal herido en sus entrañas, con varios centímetros de agua bajo los pies en los tres pisos, los huecos de los ascensores inundados. Los pasillos negros y aún humeantes nos acercaban a un panorama apocalíptico. El olor a humo penetraba en cada célula. Así llegamos al tercero B, que ya no era un hogar. Era un lugar inhabitable, con paredes negras, vidrios estallados, escombros, juguetes, libros, ropa y demás recuerdos devastados en un río de cenizas y carbón.
Sólo quedaba la bici azul, que a pesar de sus averías mantenía su estructura perfecta. Había salido victoriosa, como si un manto de piedad la hubiese preservado en la entrada del mismísimo infierno.
Recorrí los ambientes con la actitud que tomo en situaciones límites. Fuerte, entera y sobre mi eje. Saqué fotos del desastre, firmé las actas. De lo que quedaba de la biblioteca, Walter tomó el lomo negro de un álbum de fotos aún caliente. Haciendo fuerza para despegar los plásticos de las hojas, aseguró que con un trabajo artesanal y minucioso, cuando se enfriara todo podríamos recuperar lo que quedara de los recuerdos.
Mi instinto me dictó que debía llevarme la bicicleta inmediatamente. Opaca, lastimada, bañada en cenizas y con escombros del techo caídos en su bolso trasero, la tomé del manubrio y cerré la puerta hollinada y frágil del departamento. En ese pasillo arruinado, sentí que después de haber trabajado toda la vida, repentinamente, todo mi capital eran dos bicicletas, la ropa puesta y un bolso viejo y roto que llevo en el canasto con algunas cosas de uso cotidiano. Me quebré en llanto. Un bombero se ofreció a cargar la bici para no ensuciar mi ropa. La bajó a mi lado, chapoteando y pisando con cuidado los tres pisos inundados de agua gris. Así salimos de la torre.
Después les explicamos a nuestros dos hijos lo ocurrido. Faustino, de casi ocho años, fue el que más entendió. Se puso muy triste cuando se dio cuenta de que nada, ni siquiera sus recientes regalos del día del niño, existían. Al día siguiente, Martiniano, de cuatro años, jugaría con sus amigos diciendo: “Yo soy más super héroe que vos porque mi casa tiene fuego y la tuya no”. Laureano seguiría diciendo que se quemó la lamparita.
Volví al departamento en ruinas. Rescaté unos remedios, documentos de un estante cerrado, ropa sucia del fondo del tacho plástico del lavadero y, entremedio de un charco de escombros y cenizas húmedas, un adorno que amo: una bicicleta muy antigua de hierro que me regaló en Córdoba la mamá de Vanesa, una de mis hermanas de la vida. Era igual a un dije que llevaba colgado. La tomé mugrienta pero intacta entre mis manos y la traje como un trofeo. Con Vanesa estamos siempre en la misma sintonía. Hace más de un año ella colaboraba como voluntaria en los incendios del Valle de Calamuchita. Ahora nos unen hasta las llamas. Ella tiene su Yacanto, yo tengo mi Terrero.

Como si volara
Me instalé en lo de mi madre con bolsos ahumados de ropa para lavar. No sentía ni sueño ni hambre. Solo sed y tristeza. Estaba anocheciendo. Cuando creí que ya todo había pasado, me avisaron que ardía otra vez. Doce horas después del primer episodio, me vestí rápido con ropa que me prestó mamá y junto a mi hermano atravesamos nuevamente la ciudad en taxi. Esta vez era todo más tranquilo. Entre el encargado y los bomberos controlaron las llamas que se habían reavivado en la biblioteca, donde estaban los álbumes de fotos. Ahora sí, ya no quedaban ni recuerdos.
Esta vez, un bombero me contó que había estado en los atentados de la Embajada de Israel y de AMIA, en el accidente del Avión de Lapa y en la tragedia de Cromañón. Admiré a ese gran héroe anónimo. Entre las corridas, no pude preguntarle el nombre.
Ya de madrugada, entre sueños, recordé lo perdido. Las cartas manuscritas de papá, los recuerdos de mi casamiento, las fotos artísticas, las de mis embarazos y la primera infancia de mis hijos, mi colección de programas de teatro y tantas otras cosas que quedarán sólo en la memoria. No existe seguro en el mundo que cubra los daños que dejan agujeros en la historia personal, y que son imposibles de recuperar.
Al día siguiente le llevé a Tony, mi amigo bicicletero, la Blue Magoo´s. Su local había quedado contaminado con olor a humo, pero mi bici estaba perfecta, con su brillo original, restaurada. Aún tiene restos de tizne y de cenizas en las partes escondidas. El asiento blanco quedó gris. Pero las manos mágicas de Tony me la devolvieron después de mucho trabajo tal cual era: azul e intensa.
Aquella mañana en el espejo me había notado diez años envejecida después de tanto llorar. Dije basta y quise volver a empezar. Siempre, al tercer día de un hecho traumático, me aburro de la tristeza y me activo para arrancar. Así fue como el lunes volví a trabajar. Montada en mi Ave Fénix azul, resurgida hermosa de las cenizas, pedaleé como si volara por la ciudad.
Vienen meses largos. La reconstrucción va a ser complicada. Algún día no habrá más hollín ni olor a humo. Imagino mi casa decorada con colores y plantas. Tendrá vida, niñez, perfume a esencias aromáticas. Tendrá en el living dos bicicletas, una azul y una violeta, rodeadas de fotos que denoten amor y libertad. Y como compuso hace mucho tiempo María Elena Walsh: en épocas difíciles, yo sigo cantando al sol, como la cigarra.

*Ciclista urbana y cicloturista del Centro Amigos del Pedal. Hija del gran actor argentino Gianni Lunadei. El texto publicado es un fragmento del relato original que Magdalena escribió.

Nota publicada en Biciclub Nº 241, enero 2015

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Ciclismo urbano

19 de abril: día de la bicicleta

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Bici + LSD: un gran paseo

Desde 1984, mucha gente festeja cada 19 de abril como el día de la bicicleta, pero la mayoría absoluta desconoce cuál es el origen del festejo. El hecho es que en aquel año, 1984, alguien observó que el 19 de abril se cumplía un aniversario del día en que Albert Hofmann tomara accidentalmente LSD por primera vez.
Les contamos la historia.

Albert_Hofmann

Albert Hofmann (1906/2008) fue un afamado químico suizo que entre sus principales logros está el de haber descripto la estructura de la quitina, aunque es más conocido por ser el primero en haber sintetizado, ingerido y por lo tanto experimentado los efectos psicotrópicos del LSD, mientras estudiaba los alcaloides producidos por un hongo parásito del centeno llamado cornezuelo.

La sustancia que Hofmann describiría como “una de las dos o tres cosas más importantes que he hecho en mi vida”, fue sintetizada por él por primera vez en 1938, mientras estudiaba los derivados del ácido lisérgico. La dejó de lado, pero en 1943 volvió a interesarse en ella. Hofmann confiesa que tuvo “la sensación de que esta sustancia podría poseer otras propiedades además de las establecidas en las primeras investigaciones”. Ello lo condujo a sintetizar de nuevo LSD-25, para que el departamento farmacológico del laboratorio Sandoz (hoy Novartis) donde trabajaba llevara a cabo algunas pruebas.

El asunto es que mientras purificaba y cristalizaba LSD le irrumpieron una serie de extrañas sensaciones. Había absorbido accidentalmente una pequeña cantidad del producto a través de la punta de sus dedos. En un informe que le enviara a un colega poco después describiría las sensaciones que lo asaltaron: “Me vi forzado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio a media tarde y a dirigirme a casa, encontrándome afectado por una notable inquietud, combinada con cierto mareo. En casa me tumbé y me hundí en una condición de intoxicación no desagradable, caracterizada por una imaginación extremadamente estimulada. En un estado parecido al del sueño, con los ojos cerrados (encontraba la luz del día desagradablemente deslumbrante), percibí un flujo ininterrumpido de dibujos fantásticos, formas extraordinarias con intensos despliegues caleidoscópicos. Esta condición se desvaneció dos horas después.”

Inmediatamente dedujo que había ingerido LSD accidentalmente y que esta sustancia era la que le había provocado aquellas sensaciones, de modo que, como buen científico, decidió llegar al fondo del asunto y experimentar el tema en sí mismo.

Fue así que el 19 de abril de 1943 Hofmann ingirió intencionalmente lo que consideró por entonces una dosis mínimamente efectiva de LSD, 250 microgramos, dando pie a lo que ya es leyenda, quizás el más famoso de los paseos en bicicleta. Nos lo cuenta el propio Hofmann: “A esta altura ya estaba claro que el LSD era el que había causado la experiencia previa, ya que las percepciones alteradas eran del mismo tipo, sólo que ahora mucho más intensas. Tenía que esforzarme por hablar de manera inteligible. Le pedí a mi asistente, que estaba informado del experimento, que me acompañara a casa. Fuimos en bicicletas, ya que por las restricciones de la guerra no había automóviles disponibles. Camino a casa, mi estado comenzó a tomar formas amenazadoras. Todo en mi campo de visión ondulaba y se distorsionaba, tal como se ve en un espejo curvo. También tenía la sensación de no poder moverme, pese a lo cual mi asistente me contaría luego que habíamos viajado muy rápidamente.”

Hofmann, que no podía concebir el uso del LSD más allá de la medicina, sufrió años más tarde la prohibición del LSD por parte de los gobiernos, preocupados por los efectos que producía en ese momento la contracultura hippie, que había “secuestrado” a la sustancia. El estaba convencido del potencial curativo de la droga: “Si fuera posible detener su uso inapropiado, su mal uso, entonces pienso que sería posible dispensarla para su uso médico. Pero mientras siga siendo mal utilizada y mientras la gente siga sin entender realmente los psicodélicos, utilizándolos como drogas placenteras, errando a la hora de apreciar las muy profundas experiencias psíquicas que pueden inducir, su uso médico seguirá parado. Su consumo en las calles ha sido un problema durante más de treinta años. En las calles las drogas se entienden mal y ocurren accidentes. Esto hace muy difícil que las autoridades sanitarias cambien su política y permitan el uso médico. Y aunque podría ser posible convencer a las autoridades sanitarias de que los psicodélicos podrían ser utilizados con seguridad en manos responsables, su uso callejero sigue haciendo muy difícil que estas autoridades sanitarias estén de acuerdo.”

Hofmann murió el 11 de enero del 2008, a los 102 años de edad. Protagonizó en vida el más extraño viaje en bicicleta, drogándose sin intención ni de ganar una carrera ni de sentir placer sino con el único propósito de investigar curaciones para las enfermedades del hombre. Sólo por ello merece que prendamos una vela en su honor… y que demos un paseo en bicicleta en su homenaje.

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Bicis

SLP te propone animarte al rural bike con su modelo SLP 600 RB

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¿Qué mejor que una salida rural para despejar la mente? Dejar la ciudad por unas horas y recorrer nuevos terrenos, es precisamente lo que te propone esta bicicleta, la SLP 600 RB. Y si te animás, hasta podrás participar de una competencia de Rural Bike, ya que esta SLP está especialmente diseñada para esa especialidad.
¿Qué tiene de especial este modelo?: es liviana, híbrida, versátil, diseño único con combinaciones que destacan.

Además, está equipada con una transmisión Sensah 1×10, pedales automáticos compatibles con Shimano, piñón de 10 velocidades 11-28 y frenos hidráulicos a disco Logan.

Está disponible en 2 colores, ambas opciones combinadas con dorado.
Podés encontrar toda la información sobre este modelo y más opciones en la web de sus distribuidores: http://www.biciperetti.com.ar/

Se realizan envíos a todo el país y las compras se pueden abonar con tarjeta de débito, crédito (en 3 y 6 cuotas fijas) o Mercado Pago. Para asesoramiento o más información, iniciá la conversación en el chatbot de la web.

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Mundo Bici

Se habilitó el circuito de ciclismo del Parque Sarmiento de Buenos Aires

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Sin bombos ni platillos, sin anuncios oficiales previos, se inauguró en el Parque Sarmiento de Buenos Aires un circuito cercado de ciclismo de 3200 metros de longitud que recorre el perímetro de este inmenso parque ubicado en el barrio de Saavedra, a la vera de la Avenida General Paz.
El circuito, para el cual la Ciudad tuvo que construir además dos puentes en las entradas del Parque que permitan el paso de automóviles y peatones, fue largamente reclamado tanto por los ciclistas como por los vecinos del barrio, ya que antes de su existencia innumerables grupos de ciclistas recorrían el perímetro exterior del Parque, lo que provocó gran cantidad de conflictos con peatones y automovilistas, incluyendo lesiones.
El acceso al circuito tendrá un costo de 530 pesos por persona, similar al que se abona en el circuito KDT, y por ahora solo se podrá utilizar de día.

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Componentes

KASK: cascos y anteojos de ciclismo diseñados y fabricados en Italia con el feedback de los mejores ciclistas

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KASK, la empresa italiana especializada en la fabricación de cascos y anteojos para ciclismo, cumple sus primeros 20 años de vida.
Todo comenzó en el 2004, cuando su fundador y dueño actual, Angelo Gotti, desarrollaba diseños innovadores de cascos en un pequeño taller instalado en Bergamo, una ciudad ubicada en el norte de Italia, con el sueño de tener algún día su propia empresa.
Para el año 2006, Gotti ya tenía sus primeros cascos, completamente diseñados desde cero, ya lanzados al mercado, y en 2010 comenzó su alianza con el Team Sky (ahora Ineos Grenadiers), equipo con el cual Kask y Team Sky hicieron historia en el ciclismo mundial.
Esta asociación con el Team Sky no sólo le dio visibilidad a Kask, sino que le permitió desarrollar los diseños más orientados a la performance deportiva, de la mano del feedback de los corredores del equipo. Esta alianza generó y seguirá generando resultados, como lo son hasta ahora 7 Tour de France, 3 Giro de Italia y 2 Vuelta a España.

Kask también desarrolla cascos de seguridad para industrias y de ski/showboard.
Según su propio creador, la “misión” de la compañía es la de ofrecer productos de alta calidad, fabricados en Italia, con foco en la seguridad y la protección, mientras que los “valores” que persigue son la atención al detalle y el riguroso control de calidad en cada etapa de la fabricación.
En Argentina, Kask es importado y distribuido exclusivamente por Boyrim SA, empresa integrante del grupo Team MZ.

Más info: www.boyrim.com.ar |Instagram

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