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Cicloturismo

Cruce en bici por el Paso Mayer: un mundo que no existe

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Un cruce en bici desde Argentina a Chile por unos de los pasos más difíciles. Una aventura enmarcada en el proyecto Nación Salvaje, que llevó a sus protagonistas a correr los límites de lo imaginable.
Texto y fotos: Nación Salvaje*

Voy a hablarles de un lugar que no existe. Voy a contarles la historia de un paso donde el único camino posible es invisible al ojo humano porque se construye a medida que se lo recorre. Voy a tomarme libertades necesarias pero incoherentes, como la voz ronca y erudita de un bosque que genera opiniones o la picadura mortal de una araña que se volvió alacrán. Voy a tomarme el atrevimiento de pasearlos por un mundo que no existe. Y al terminar voy a buscar en el espacio en blanco su mirada incrédula, expectante o acusadora para asegurarles de frente y sin rodeos que una vez estuve ahí.

El camino invisible
Mientras hablaba, el carabinero de turno levantó la mano y apuntó hacia uno y otro lado, indiferente a nuestras miradas atentas desde el otro lado del escritorio. “El puesto de Gendarmería está justo del otro lado, por ahí, en línea recta, aunque yo nunca fui. La mayoría de los que vienen como ustedes intentan cruzar pero después se pierden y tienen que volver”, dijo. Nunca le preguntamos su nombre. La tarde en que llegamos al puesto chileno del Paso Mayer, su actitud desinteresada ante nuestras dudas sobre aquel camino nos hizo comprender que Mayer era un paso muy distinto a lo que estábamos acostumbrados. Aún no lográbamos deducir qué dificultad nos esperaba. Pero la sensación era clara e intensa: nos iba a correr los límites.
“¿Todavía seguís medio dormida, no?”, me preguntó Javi. Estábamos parados en la entrada del puesto de carabineros con las bicis cargadas y dos mochilas grandes sobre la espalda. Cuando me hizo esa pregunta pude volver a la realidad. Abrí grandes los ojos y miré por primera vez lo que nos esperaba más adelante: a lo ancho y largo de todo lo que nos rodeaba se extendía el colosal cauce de un río que no era uno, sino miles de pequeños y serpenteantes brazos suyos. Estábamos frente a un camino invisible trazado por ingenieros sencillos y anónimos que habían ganado sus títulos a costa de pieles curtidas y arreo de animales.
“Hay un puente de un baqueano. Van a tener que encontrarlo, el río está muy crecido y ese puente es la única forma que tienen de cruzar”, fue la última información que nos dio el carabinero antes de despedirnos. Aquellas palabras se reproducían en nuestras mentes mientras la vista buscaba algún indicio, una minúscula pista para descifrar la dirección de nuestros primeros pasos. Pero nada apareció. Nos quitamos las botas y avanzamos descalzos, guiados por una capacidad que había pasado inadvertida a lo largo de nuestras vidas pero que en ese momento se volvió vital: la intuición. El tacto frío del agua, las piedras hundiéndose en las plantas de los pies y la inquietante sensación de construir el camino en cada nueva huella que dejábamos nos volvían precavidos e indecisos.
“Por acá Sol, vamos por la izquierda, intentemos subir y agarrar por el bosque.” Javi me hablaba con el agua lodosa tapándole las piernas hasta las rodillas mientras avanzaba concentrado, analizando el terreno. Y así fue como de a poco dejamos atrás el lecho del río para encaminarnos. Pero la marcha se tornó aún más lenta y difícil. Tiramos las bicis donde pudimos y nos separamos en distintas direcciones con el objetivo de encontrar la manera de sortear el mallín y descubrir alguna otra alternativa de itinerario posible. En ese momento las líneas del mapa que íbamos trazando se detuvieron de golpe y enloquecieron, creando dibujos incomprensibles que daban vueltas sin sentido de un lado hacia otro. La cartografía de nuestro recorrido era un disparate de líneas hacia ningúna parte.
Después de varias idas y vueltas, trepé entre árboles por una lomada y encontré un rancho deshabitado del cual salía una senda que subía en dirección al bosque. Corrí muy fuerte por ella, con la mirada ansiosa e inquieta de haberlo encontrado y desee profundamente que siguiera, que se volviera la oportunidad que necesitábamos. Llegué agitada hasta toparme con el bosque donde la senda se volvía más fina y menos perceptible. Volví sobre mis pasos y corrí nuevamente, pero esta vez en dirección opuesta para buscar a Javi y mostrarle la posibilidad de que la líneas del mapa volvieran a retomar su rumbo.

El relato de un bosque
La ilusión que nos conquistó el cuerpo cuando encontramos el sendero se esfumó rápidamente apenas recorrimos los primeros metros de aquel bosque. Estábamos envueltos por una espesura verde y frondosa, la luz del día se había vuelto tenue y selectiva e iluminaba solo los sectores que esa inmensa arboleda le permitía, dejando el resto bajo sombra y humedad.
“Se terminó el camino, Sol”, dijo Javi. No fueron palabras dichas a la ligera. Antes de pronunciarlas habíamos realizado un rastrillaje exhaustivo del terreno, llegando una vez más a la premisa con la que habíamos partido: en Mayer no hay camino.
Miramos el bosque inquietos, era hermoso y agresivo; nos lo transmitían la forma de sus plantas silvestres, las ramas bajas tapando el paso, sus raíces deformes cubriendo el suelo. Era uno de esos bosques que inspiran respeto, un rebelde, un ermitaño, un salvaje. “Quizás nos ayude”, le dije a Javi con la mirada apuntando hacia la copa de un árbol. Un deseo ridículo se apoderaba de mis ideas. Me hubiese encantado saber de qué forma nos estaba viendo el árbol a nosotros en aquel momento. Imaginé que diría algo así como: “Se detuvieron y se pusieron a charlar. Parecían jóvenes pero algunas arrugas en su frente y al costado de los ojos no me dejaban definirlo con exactitud. Siempre me habían generado ese inevitable sentimiento de compasión, no debería ser cosa fácil tener la responsabilidad de una vida tan corta, 80 ó 90 años con suerte, por eso intentaba no juzgarlos, aunque no lograra entender la dualidad de sus actos, esa continua contradicción que los caracterizaba y los hacía llamarse humanos. Tenían miedo, un miedo atroz que los volvía vulnerables y tontos. Creo que le temían a la muerte, a sentirse débiles, por eso necesitaban gritarle al mundo de lo que eran capaces. Los veía como pequeños brotes con apenas unos cuantos siglos en el planeta, creciendo muy lentamente. Unos pequeños y complejos brotes a los que aún les faltaba experiencia para lograr entender el lugar que ocupan, a los que les quedaba un largo camino para llegar a sentirse en paz.”
La voz de Javi interrumpió mis ideas. “¿Y si seguimos por acá, parece que hay una huella marcada después del río? ¿Qué pensás vos?” Eran las tres de la tarde y habían pasado más de seis horas desde que habíamos salido del puesto de carabineros. El avance se hacía cada vez más complejo.
Apoyamos las bicis prestando mucha atención al lugar exacto donde las dejábamos y nos fuimos a buscar alguna opción que nos permitiera continuar. Llegamos hasta un nuevo río y mientras me sacaba las botas para cruzar, Javi dio tres saltos rápidos y llegó al otro lado.
“Voy a ver más adelante, ya vuelvo”, me gritó y se alejó corriendo. Apenas lo vi desaparecer empecé a desatarme los cordones con mayor prisa. No me gustaba la idea de separarnos demasiado. Perdernos en ese lugar era mucho más probable de lo que estábamos acostumbrados y no debíamos confiarnos más de la cuenta. Pero Javi no lo vio así. Terminé de cruzar el río, lo esperé un rato largo y no apareció. Intente calmarme, convencerme de que llegaría en cualquier momento y aguardé un rato más, pero después de 40 minutos seguía sin volver.
Me puse a gritar: “¡Javi, Javi!”. Nadie me respondió, solo se escuchaba el sonido del río, las ramas de los árboles sacudidas por el viento. Un escalofrío penetrante me recorrió el cuerpo erizándome la piel. Caminé hacia donde lo había visto alejarse y seguí la dirección más probable. Grité más alto. Tomé el silbato de la mochila y soplé con fuerza. El sonido del bosque me resultó aterrador. Mi cabeza no dejaba de sacar hipótesis: “Se perdió, está lastimado”. Tenía miedo, real y concreto. Estaba enojada con él, hablaba sola y en voz alta. Corría hacia ningún lugar.
“Sol, acá estoy”, escuché de pronto. Venía apurado y sonriente: “Encontré el puente”, dijo. No sabía si pegarle, abrazarlo o dejarme desvanecer para que comprendiera el susto. “Perdón, ¿estabas preocupada?, pero encontré el puente.”
Tomamos las bicis y retomamos el rumbo hacia el puente. Los pasos modificaron su actitud y se volvieron firmes y decididos, bajando y subiendo montañas por rocas y pedregales, atravesando bosques achaparrados, bajos e impenetrables. Íbamos movilizados por el motor más grande que puede darnos cualquier aventura, la posibilidad de alcanzar el objetivo. Javi iba por delante abriendo paso, hizo los últimos metros de bosque hasta llegar a un precipicio, paró de golpe y señaló hacia el río sin disimular el entusiasmo: “¿Lo ves? Ahí está, llegamos al puente.”
Con el cuerpo cubierto de pinches y moretones me acerqué ansiosa para mirarlo por primera vez. Estaba lejos y apenas lo llegaba a distinguir, tenía el aspecto de un hilo frágil y enclenque flotando en la inmensidad de la naturaleza. Era el único vestigio del hombre en el paso Mayer y resistía colgado, meciéndose de un lado al otro, los embates del viento.

La picadura
Fue justo en el momento de salir de la bolsa cuando sentí un dolor fuerte en el brazo, era agudo e intenso, parecía una picadura porque estaba roja y un poco hinchada, pero su tamaño me generaba dudas. No le di importancia, pensé que sería alguna araña, me bajé la manga de la camiseta y continué normalmente.
Desayunamos rápido, armamos el equipo y nos pusimos en camino. Una vez más nos quitamos las botas, arremangamos los pantalones impermeables y comenzamos a cruzar arroyos. Un dolor fuerte me recordó que algo en el brazo no estaba bien. Cuando lo miré nuevamente las cosas empezaron a tomar otra dimensión. Tenía el brazo muy hinchado, estaba caliente y colorado y una línea roja de una claridad estremecedora me subía hacia el hombro. Lo primero que pensé fue en Javi. Si a mí me pasaba algo, si tenía la terrible suerte de que algún bicho venenoso me hubiese picado, el que peor la iba pasar era él. Volví a bajarme la manga de la camiseta y decidí que no podía ser grave.
Después de atravesar más arroyos y caminar un rato largo, las opciones volvieron a dividirse. Un rastro parecía tomar en dirección al bosque y el otro continuaba orillando el río. Dejamos las bicis y nos dividimos para averiguar qué había más adelante. Yo continué por el río y Javi por el bosque. Iba concentrada investigando el terreno cuando de repente todo a mi alrededor empezó a girar. Fue un segundo en el que la peor posibilidad estaba a punto de suceder. Una tonta picadura, un detalle que no habíamos tenido en cuenta y el mundo que giraba sin detenerse… ¿Me iba a desvanecer? ¿Caería desplomada en aquel suelo de rocas hasta que me encontrara Javi?
Repetí en voz alta “No, esto no va a pasar.” Respiré tan profundo como me lo permitieron los pulmones mientras intentaba recuperar el equilibrio. El mareo se detuvo y volví a caminar rápido hacia donde habíamos dejado las bicis, con el miedo latente de que volviera.
Cuando llegué volví a respirar para tranquilizarme, estudié la situación. ¿Cómo estaba? ¿Qué sensaciones tenía? Era importante estar atenta a otros posibles síntomas que pudieran alarmarme. Pero cuando Javi volvió contento porque había encontrado el camino que nos llevaría hasta el puesto de gendarmería, yo no tuve nada que decir. Me sentía bien, el mareo no había vuelto y la noticia de tener por fin un rumbo definitivo me dejó tranquila. Varios días después, una médica de El Chaltén, al mirarme el brazo, me aseguraría que había sido solo una reacción alérgica por la picadura de un alacrán que no era venenoso.
Tras algunos metros de bosque el camino apareció perfectamente definido, no había dudas de que era el correcto. Las emociones hicieron erupción en un grito que no pude contener “¡Jujuuuuyyy!!”.
Más adelante el camino definido dio paso a un sendero ancho y bien marcado. Volvimos al bosque y a cruzar arroyos, hasta que apareció un campo enorme de pastos bajos rodeado de montañas y pudimos subirnos a nuestras bicis para pedalear. Entonces, a lo lejos, vimos el brillo de un cartel, atravesamos una tranquera y llegamos. Me acordé de mis amigas y de mi hermana que siempre me dicen: “Sol, no sabés la felicidad que trae tener un hijo”. Yo las miro y asiento con la cabeza, porque lo imagino como una experiencia única y transformadora. Pero a la vez pienso por dentro, sin decirles nada para que no crean que estoy minimizando sus emociones: “Chicas, no imaginan lo feliz que soy cada vez que puedo concretar un nuevo desafío.”

*Nación salvaje: Javier Rasetti y Marisol López tienen 35 años y están en pareja hace 15. Son fotógrafo y documentalista, respectivamente, amantes de la naturaleza, el deporte, la aventura y los viajes al aire libre. Actualmente hacen travesías en la Cordillera de los Andes y están por terminar su último proyecto: 43 cruces de los Andes en bici. Juntos crearon Nación Salvaje, un espacio donde combinan todo lo que aman y les apasiona en la vida, en el que buscan la forma de transmitir la libertad que se logra al reencontrarse con las cosas más simples.
www.nacionsalvaje.com

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Cicloturismo

El cruce más rápido del Sahara en bicicleta y sin asistencia en 12 días, 22 horas y 44 minutos

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Foto: https://www.instagram.com/sergio_michelini_photography/

Protagonizada por el ultraciclista ítalo-argentino Leonardo Morilla, la travesía más rápida (y escalofriante…) del desierto del Sahara en bicicleta, que implicó recorrer sin apoyo externo 3.000 kilómetros desde Marruecos hasta Dakar, con 10.670 metros de desnivel acumulado, en 12 dias 22 horas y 42 minutos, está actualmente en proceso de transformarse en un nuevo Récord Guinness*.
Leonardo comenzó en Marrakesh, Marruecos y terminó en Dakar, Senegal, superando el récord anterior por 7 horas de diferencia, con el agregado de que, por la situación bélica que sufre esa zona, debió recorrer 3.000 kilómetros en lugar de los 1.700 del récord vigente hasta ese momento.

Foto: https://www.instagram.com/sergio_michelini_photography/

El rácord fue realizado durante el verano del Sahara, para aprovechar los vientos a favor de hasta 40 km/h que son frecuentes en esa época del año, pero unas inusuales tormentas en Mauritania provocaron que los vientos fueran en contra casi el 80% del tiempo, en forma de tormentas de arena de hasta 70 km/h.
Leonardo debido atravezar distintas adversidades:
-500 km sin dinero y sin comida debido a que momentaneamente no se podia extraer dinero en ningun cajero de toda Mauritania.
-Pasar por uno de los pocos territorios que existen llamados No man’s Land (Tierra de nadie), en la frontera entre Marruecos y Mauritania.
-Envenenamiento por comida en mal estado
-Cruzar con sobornos la frontera de los hermanos Rosso, entre Mauritania y Senegal, conocida como la frontera más corrupta de África.
-Finalizar su recorrido en Dakar el día de un intento de golpe de estado, donde el gobierno cortó internet por una semana. Lo que obligó a Leonardo a recorrer los ultimos 350 km sin GPS desde la frontera hasta la capital en menos de 24 horas, atravesando manifestaciones e incluso agresiones.
Lo que sigue son algunos relatos en primera persona de esta carrera contra el tiempo y el espacio.

Foto: https://www.instagram.com/sergio_michelini_photography/

Grasa hervida con salsa y solo dos horas de sueño

Antes de comenzar, paso una semana en Marrakech para aclimatar mi cuerpo a las temperaturas.
Me despierto en una habitación de 2 x 2 metros en Medina, Marruecos. Sin ventiladores y apenas una ventana que da a un pasillo interno. Son las 9:30, miro la temperatura: 37ºC. Siento que ya estoy agonizando y todavía ni siquiera estoy en el Sahara.
A las 22:30 salgo de Menara Gardens con 3 testigos que firman los documentos que exige el Guinness World Record.
Parto entre la multitud. No tengo muchos más recuerdos de esa noche más que escuchar música y controlar las pulsaciones. Cuando vuelvo a darme cuenta de dónde estoy, ya he cruzado la primera parte de las montañas Atlas prácticamente sin darme cuenta, ya he hecho 2000 metros de ascenso antes del amanecer.

Tenía comida suficiente para no parar por casi 1000 km; solo debía completar con proteínas como huevos y carne que encontrara en la ruta. Ya es mediodía, entro a un lugar donde veo que la gente come y le digo a la persona que quiero lo mismo, que parecía carne. Me lo sirven y en realidad era solamente grasa hervida de algún animal con una salsa. No creo que sea un plato “saludable”, pero después de haber gastado unas 4000 calorías, ¡era increíble! No podía creer lo bueno que estaba ese plato de solo grasa y cartílagos. Continúo hasta que se hace de noche y voy a un restaurante mejor puesto; el dueño está sorprendido y no quiere que pague. Al final, termina invitándome a su casa y explicándome que él no es árabe, esta región pertenece a otra cultura… No entendí a qué se refería, pero esta secuencia se repitió muchas veces. Le agradezco, sacamos una foto con él y con el chef, y me despido rumbo a Tiznit, donde había visto un camping, solo que no tenía teléfono ni página web. Cuando llego, el camping estaba cerrado. Terminé durmiendo contra una pared para refugiarme del viento a las 2 de la madrugada. Era la primera vez que dormía en 40 horas.
A las 3 unos perros me acorralan en la oscuridad. Veo una luz y grito “Ici, ici”, que en francés es “aquí, aquí”. Era el guardián, que paseaba con sus perros por la noche.Solo hablaba árabe, pero entendí con sus gestos que podía quedarme. El problema es que ahora tenía la adrenalina lista para subirme los Atlas de nuevo; ¿Cómo dormir así? Ese día solo dormí 2 horas en 40 horas.


Camiones

(Al día siguiente) me despierto con el colchón inflable completamente en el piso, muy pinchado. Sentía que mi cuerpo no se había recuperado en absoluto.
En todas las culturas, se puede ver cómo los autos te comunican sus códigos, sus reglas, la de esa ruta en particular. Ahora el código era: “Esta ruta es de los camiones principalmente”. Me doy cuenta cuando un camión toca bocina por detrás, no frena ni cambia de rumbo; ya sabes que es mejor aceptar las condiciones de ellos. Ya no había más banquina, cada vez que un camión venía por detrás tocando bocina, “era mi obligación tirarme fuera del asfalto contra las piedras, contra una zanja, contra lo que sea”. Yo estaba de más en esa ruta y tenía que dejar pasar a cada camión.
Recuerdo llegar a la cima, suspirar y decir, ya no quiero subir más. Me tomo unos minutos para recuperarme, después de sentirme entre la espada y la pared durante varias horas. Luego vino el descenso como recompensa, con el viento que permitía evaporar la transpiración. Llego a un camping y me pongo a reparar el colchón que tenía 7 pinchazos en total; la noche anterior, sin verlo, había dormido sobre unos vidrios rotos y unas ramas. El dueño del camping me cobra 3 euros y además me ofrece un plato de pasta. Me advierte que el agua no es potable y no hay agua caliente, pero que puede darme una olla con un poco de agua hirviendo para bañarme. Me baño sentado en una roca con 2 baldes de agua. Lo sentía como el baño más reparador que había tenido en mi vida. Pude dormir 7 horas.

Tormenta de arena
(Al tercer día) me despierto y la rueda trasera estaba completamente desinflada. La inflo y salgo lo más rápido posible mientras pienso que hoy va a ser un gran día, estoy muy descansado. Luego de cruzar esta última parte de Atlas, llego a TanTan, conocida como “Las puertas del Sahara”. El viento era insoportable, soplaba en contra y cruzado. Calculé en ese momento una velocidad constante de viento de 30 km/h con ráfagas de hasta 70 km/h. Incluso caminar era difícil, tenía miedo de caer frente a un camión. Caminé durante 3 horas. Observaba que la arena estaba suspendida en el aire; en ocasiones, ráfagas de arena voladora me golpeaban, causándome una sensación de ardor en la piel y mucha tos. Cubrí mi boca con la única otra remera que tenía y atravesé TanTan; ya no sabía cómo hacer para respirar ni para abrir los ojos, ya que la arena entraba por todas partes. No era consciente de que estaba atravesando una tormenta de arena.
Levanté la vista y ahí vi una de las imágenes más aterradoras de este viaje: el horizonte estaba compuesto únicamente de arena en movimiento. No se distinguía entre el suelo, el aire y el cielo; todo eran montañas de arena. En ese momento pensé, “¿Dónde me he metido?” Yo creía que esto iba a ser más fácil… ¿Cómo pude pasar por alto esto en mi planificación? En mi cálculo, tendría viento a favor todo el tiempo, pero esto era literalmente imposible. Los camiones se detienen y me preguntan hacia dónde voy. Intento explicar que estoy intentando establecer un récord mundial, pero nadie parece entenderme. Me dan agua y se van.

The police
(Al final de lmi cuarta jornada,) a las 11 pm, llego a las puertas de la ciudad de Laayune. Un grupo de policías amables me detiene. 100 metros más adelante, militares me paran; ya no tan amables, me piden el pasaporte y me hacen muchas preguntas. Lo más extraño es que, a 100 metros de allí, me paran otros militares, pero estos estaban bastante armados y no mostraban ninguna sonrisa. Me apuntan con linternas en la cara y me preguntan por mis documentos, por qué estoy aquí y por qué a esta hora. El interrogatorio es extenso y luego me dejan ir. 100 metros más adelante me paran nuevamente policías. Ya no entendía nada. Pregunto por qué me paran tantas veces y qué está sucediendo. Me responden que son controles normales, para garantizar mi seguridad. Sin darme cuenta, había cruzado el área en disputa entre Marruecos y Sahara Occidental). Dependiendo de a quién le preguntaras, había cruzado una línea fronteriza entre dos países.

Mad Max

(Al quinto día) despierto rodeado de hombres y escenas que parecen sacadas de una película de Mad Max: animales muertos, jeeps, camionetas y motocicletas destrozadas con piezas esparcidas por todas partes. Parece un desguace con carpas en medio. Me levanto muy tarde ese día debido a la acumulación del viento en contra, lo cual me ha dejado con una gran fatiga física.
El sistema tubeless de la bicicleta deja de funcionar y tengo que reemplazarlo por una cámara de aire convencional. También aprovecho para limpiar el grupo de tracción en una gasolinera con diésel, ya que la arena ya no me permite cambiar de marchas correctamente. Pierdo mucho tiempo realizando estas reparaciones y limpiezas. Debido a la tormenta de arena, algunas partes de la carretera tienen un carril reducido y se convierten en un solo sentido, ya que las máquinas topadoras están retirando la arena de la carretera. Parece como si el Sahara estuviera “comiéndose” la ruta. Finalmente, encuentro un camping y duermo alrededor de la medianoche.

(En la séptima jornada) me despierto antes del amanecer y soy muy consciente de que estoy retrasado. A partir de este momento, no puedo permitirme perder tiempo en nada. Desayuno rápidamente y me subo a la bicicleta. Creo que solo saqué una foto ese día. Cruzo el Trópico de Cáncer y pincho la rueda trasera dos veces. Ahora uso una cámara de aire, así que tengo que limpiar y reparar la cámara, que está sucia por el líquido tubeless. Duermo en un pequeño pueblo donde la gente espera antes de que abran la aduana para cruzar a Mauritania. Estoy un poco preocupado por “No Man’s Land”, ya que mañana cruzaré uno de los pocos territorios en conflicto, donde ningún país lo reclama como propio. Por lo tanto, son 5 km donde no hay leyes ni gobierno que rijan ese territorio.

No man’s land
Me despierto antes del amanecer y me dirijo directamente a la frontera. Desayuno un pan con huevos y veo un cajero automático. Pienso que es mejor sacar dinero en efectivo en Mauritania para evitar problemas con el tipo de cambio. Sin saber que esta sería mi última comida con mi último dinero en más de 500 km.
Llegar en bicicleta a una frontera en el Sahara tiene la ventaja de que te dejan pasar adelante sin hacer cola bajo el sol. Pero ser blanco tiene la desventaja de que quieren entender realmente lo que estás haciendo y asegurarse de que no seas una amenaza para ellos o un problema internacional. Cruzo “No Man’s Land” y del otro lado me encuentro con nada más y nada menos que la Guardia Civil Española. Ellos estaban caminando, hablando y saludando a la gente. Quería abrazarlos, pero decidí limitarme a darles la mano. Estaban muy contentos de verme y se reían, preguntando cómo llegué hasta allí. Mientras hablaban, tomaban jugo de naranja en vasos de vidrio, dos cosas que no había visto en más de 1000 km. Les expliqué mi situación de récord mundial y les pregunté si sería seguro seguir de noche. Me dijeron: “Ya llegaste hasta aquí, así que sabes dónde estás y cómo funciona esto. Ve tranquilo, no te pasará nada. De todos modos, vamos a informar al jefe de los militares de Mauritania y veremos qué dice”. El jefe militar de Mauritania vino y dijo: “De noche no puedes continuar en bicicleta, es peligroso. Cuando veas militares de noche, quédate allí”.

Mis días más difíciles: Mauritania 

Pago una visa de 55 euros, que no puedo pagar con tarjeta, y me quedan solo unos 5 euros en efectivo. Un militar me dice que no me preocupe, que a 45 km hay un pueblo donde puedo usar mi tarjeta.
Ese día la temperatura rondaba los 50 grados. Llego al pueblo y resulta ser uno de los más pobres que he visto, con camellos muertos abandonados en la carretera. Ni siquiera los han enterrado. Compro algunas bebidas mientras reviso el mapa. Hay una gasolinera a 80 km y luego un pueblo a 200 km. La gasolinera está abandonada.

No tengo agua y comienzo a pedir bebidas a los militares y policías que me detienen. Llego a la ciudad a media noche; el nombre de la ciudad solo está en árabe en los carteles.
Ningún cajero automático funciona. Unos niños, junto con una persona mayor, me ayudan. Los niños se autodenominan los guardias del ATM y me muestran los 3 cajeros automáticos que hay, ninguno de los cuales funciona. Me dan algo de su escasa comida y agua. Me dicen que no me preocupe, que puedo dormir en la mezquita. Me presentan al guardián de la mezquita, que parece un imán, y a las 3 de la madrugada me recibe y, como todos los hombres religiosos, habla varios idiomas, incluido el inglés con fluidez. Le cuento mi situación y me dice que soy bienvenido, y me muestra un lugar donde puedo dormir junto con otras 20 personas. Era el patio de la mezquita. Me acuesto en mi bolsa de dormir, miro al cielo y veo un millón de estrellas.
(Al principio de mi novena jornada) me despierto con la llamada a la oración islámica a las 5 AM. Nunca antes me había sentido tan dolorido muscularmente. Mi cerebro estaba en piloto automático, ya no respondía, solo sabía que la solución estaba adelante. No tenía comida en el estómago y mi cuerpo comenzó a consumir no solo grasa sino también mis propios músculos como fuente de energía. Compro 2 panes con los últimos 20 centavos que me quedan y no me bajo de la bicicleta hasta llegar a la capital de Mauritania, Nuakchot. Llego a Nuakchot a media noche. Ningún cajero automático funciona, encuentro un hotel donde hablan inglés, les cuento mi situación y me dicen que no me preocupe, que me quede a dormir y vea cómo soluciono las cosas mañana. Pregunto por comida, pero me dicen que ya es muy tarde. Me voy a dormir sin comer.
(A la mañana de mi décima jornada) me despierto en el hotel a las 6 AM y comienzo a enviar mensajes a amigos que trabajan en diversas ONG de África. Finalmente, logro que una amiga de un amigo me dé 200 euros en efectivo y le transfiero el equivalente a su cuenta en Europa.
Tan pronto como recibo el dinero, compro un plato de arroz con pollo en el primer lugar que encuentro. Pero, poco antes de terminar de comer, empiezo a sentir un fuerte dolor en el estómago y salgo corriendo al baño. Mi cuerpo reacciona con una diarrea que llega quince minutos después de comer. Me estoy envenenando con carne en mal estado. Quedan menos de 48 horas para recorrer 600 km y decidir si rompo o no el récord mundial anterior. No puedo permitirme perder más tiempo. Compro algunos víveres para no detenerme más hasta la meta final.
Salgo muy tarde y físicamente agotado. A las 10 PM, empiezo a marearme en la carretera, y a las 11 PM, habiendo recorrido solo 50 km, me detiene un control militar. Me piden el pasaporte, me llevan al jefe y él me dice que no puedo continuar por mi seguridad; tienen esa orden y debo quedarme ahí. Para mí, es una especie de salvación, ya que ya estaba comenzando a sentir fiebre.

Los hermanos Rosso

(Al principio de mi undécima jornada) un hombre árabe con un turbante verde oscuro y una ametralladora me despierta. Muy amablemente dice: “Son las 7 AM, ya puedes irte… parece que estabas muy cansado”. Antes de que me vaya, me da algo: un pan mordido y un mango.
Comienzo a pedalear hacia Rosso, conocida por ser la frontera más corrupta de toda África, administrada por dos hermanos. Llego a las 5:45 PM, justo 15 minutos antes de que cierre. Pago alrededor de 70 euros en sobornos y cruzo a Senegal en una canoa motorizada.

Del lado de Senegal ya no hay árabes, pero parece que he entrado en algún tipo de infierno. Solo veo gente vestida con uniformes militares y de policía a medias, porque en realidad ninguno es militar ni policía. Hay muy pocas mujeres, casi todas son prostitutas. No hay ningún tipo de recolección de basura, así que las moscas están en todas partes. Además, el alcohol es de venta libre en Senegal, lo que amplifica aún más la decadencia de ese lugar.

Una Coca en el prostíbulo

Me encuentro con un hombre blanco que me grita con acento español: “¡Oye! ¡Te vi en el Sahara! ¡Has cruzado el Sahara! ¡Estás loco!”. Era un camionero de casi 70 años que compraba camiones en Europa y los vendía en África. Según él, me había visto durante los últimos 1500 km. Le propongo tomar un café juntos, pero eso no existe en Rosso. Él me dice: “Aquí solo hay dos prostíbulos”, así que vamos a uno de ellos a tomar una Coca-Cola. Allí le muestro los mapas y le cuento mi travesía. Siendo las 8 PM y habiendo recorrido ya 250 km, él me convence de que no puedo descansar en Rosso. Si quiero romper el récord mundial, debo hacer al menos 100 km más ese día o antes de dormir. Le doy un abrazo y sigo adelante, enfrentando el viento de frente en dirección a Saint Louis.

Día 12, el último día

Me despierto a las 8 AM. A pesar de ver que he perdido mucho peso, al ponerme la ropa me doy cuenta de que algo anda mal. A pesar de eso, me siento bien y sé que es el último día. No desayuno, el dolor en el estomago me hace olvidar que debo comer.
Salgo directamente y enciendo el GPS. Pero recuerdo que no hay internet debido a un intento de golpe de estado y el gobierno cortó el servicio. Así que no sé cómo llegar a Dakar. No lo pienso dos veces y sigo en dirección sur, preguntando a la gente cómo llegar a Dakar. Todo el camino es en contra del viento.
Paso por barricadas y veo señales de incendios de la noche anterior. Algunas calles todavía están bloqueadas y algunos niños me detienen, amenazándome con palos y arrojando piedras y botellas. Un niño me roba una botella de agua. La gente está furiosa en las calles y a medida que me acerco a la capital se vuelven más agresivos y menos dispuestos a ayudar. Estoy a punto de llegar me faltan pocos kilómetros.
Dos amigas se suben a un taxi y me guían hasta el Monumento del Renacimiento Africano.

Con ellas dos como testigos, establezco el nuevo récord: el cruce más rápido del Sahara, desde Marrakech hasta Dakar.
12 días, 22 horas y 44 minutos.

@leo_morilla

*El cambio de ruta fue propuesto y aprobado por Guinnes World Record. El rácord ha sido enviado a revisión, junto con toda la documentacion requerida por las autoridades del Guinness, para ser oficial, un proceso que Guinness demora aproximadamente entre 4 meses y 1 año para aprobarlo como oficial o rechazarlo, en ca. En caso de no ser aprobado será un récord no oficial.

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Bicivolador Turístico: un viaje inolvidable por la historia y la belleza rural de Navarro y Las Marianas

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En un mundo cada vez más conectado digitalmente, a veces olvidamos la riqueza y la magia que nos ofrece el mundo rural. Es en estos rincones apartados donde se esconden tesoros ocultos y experiencias auténticas que nos transportan a un pasado lleno de historias fascinantes y paisajes cautivadores. En este contexto, el proyecto denominado Bicivolador Turístico emerge como una ventana única para explorar los encantos de los pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires, combinando la pasión por el ciclismo con el descubrimiento de la historia, las costumbres y la gastronomía local.

Dentro de este emocionante proyecto, la localidad de Navarro se presenta como uno de los destinos destacados para el próximo mes de octubre. Situada en el corazón de Buenos Aires, a unos 110 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, esta encantadora localidad cautiva a los visitantes con su rica historia y su escenario natural. Durante tres días y dos noches, los entusiastas del ciclismo y los aventureros podrán sumergirse en una experiencia enriquecedora, que combina el esplendor rural con una presentación exclusiva de degustación de vinos, un recorrido rural al pintoresco pueblo de Las Marianas y un fascinante recorrido urbano por la localidad de Navarro.

Navarro, con su laguna municipal y su arquitectura antigua, es una joya histórica que ha resistido el paso del tiempo. Sus edificios antiguos y su encanto tradicional nos transportan a épocas pasadas, permitiéndonos revivir la grandeza y la sencillez de las generaciones anteriores.

Durante el recorrido urbano, los participantes tendrán la oportunidad de descubrir los tesoros ocultos de la ciudad, visitando lugares emblemáticos como la Parroquia San Lorenzo, el Parque Histórico Dorrego, la Estación Trocha Museo Ferroviario, la Réplica del Fortín y el Museo Palentológico, entre otros.

Pero el encanto de Navarro no se limita solo a su ejido urbano sino que en las afueras el esplendor natural toma protagonismo, ofreciendo un espectáculo visual que deleitará a los amantes de la naturaleza. El recorrido rural hacia el Pueblo de Las Marianas invita a los cicloturistas a adentrarse en la belleza natural de este lugar pintoresco y evoca una serenidad que solo se encuentra en estos parajes rurales.

Pero la experiencia no estaría completa sin una muestra de la exquisita gastronomía de la región. En el corazón de Navarro, los afortunados participantes tendrán la oportunidad de disfrutar de almuerzos en lugares como “Lo de Irma” (viejo Hotel rural) y el “Almacén Museo La Protegida”.

En resumen, el proyecto Bicivolador Turístico se convierte en un pasaporte a la historia, la cultura y la belleza rural de los pueblos y parajes bonaerenses como lo son en este caso Navarro y Las Marianas. Esta experiencia promete ser un viaje inolvidable que alimentará los sentidos y rejuvenecerá el espíritu de aquellos que quieran escapar del ruido de las grandes urbes y buscan una conexión auténtica con la tranquilidad y seguridad de estos lugares. Así que preparate para pedalear, descubrir y dejarte cautivar por la magia de la Argentina rural en Bicivolador Turístico.

Esta propuesta te invita no solo a pedalear por caminos rurales sino también a que te lleves información de la historia del lugar que visitarás e imágenes hermosas que te harán olvidar de la rutina y el acelere al que estamos acostumbrados…

PD: Bicivolador Turístico no se limita a Navarro…Ya se están diagramando experiencias para las localidades de Mercedes y Suipacha, asi que estate atento.

Para obtener más información sobre el proyecto Bicivolador Turístico y reservar tu lugar en la experiencia en Navarro, visita en instagram @bicivolador_turístico o comunícate con el celular 2324-500438.

Los cupos son limitados, así que asegúrate de reservar con anticipación para no perderte esta aventura única.

Por Mauro Lambert

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ABC

Seguros Rivadavia ofrece variedad de coberturas para la bicicleta y el ciclista

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Seguros Rivadavia ofrece tres líneas de seguros de bicicletas: Bici Pro, Bici Max y Bici Total, las tres con diversas alternativas de contratación en sus coberturas y capitales asegurados. 

Todos estos planes amparan la pérdida total por robo de la bicicleta, el daño total y parcial (tanto en Argentina como en el exterior, si se opta por contratar la extensión de cobertura), accidentes personales para el ciclista y responsabilidad civil ante cualquier accidente que sufra circulando y que pueda provocar daños a terceros, el robo de efectos personales o equipos portátiles electrónicos que porten en bolsos o mochilas en circunstancias de uso de la bicicleta.


En suma, las siguientes son las coberturas básicas:
• Robo total.
• Muerte accidental.
• Invalidez total y parcial permanente por accidente.
• Gastos de asistencia médico-farmacéutica por accidente.
• Cobertura de responsabilidad civil del ciclista.


Y estas coberturas se complementan con una importante gama de servicios adicionales sin cargo para el asegurado.
Pueden acceder a estos planes bicicletas fabricadas desde el año 2000 en adelante.

Para más información: www.segurosrivadavia.com | 0810-999-3200 | info@segurosrivadavia.com
O bien, contactarse con cualquiera de los Productores Asesores de Seguros Rivadavia en todo el país.

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Cicloturismo

Cruzando África en bicicleta

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Tras conquistar Europa en tiempo récord, un intrépido Youtuber español de ultra distancia, Juanma Mérida, se encuentra en Ciudad del Cabo tras completar su desafío de cruzar el continente africano en bicicleta. “En menos de un año he cruzado dos continentes, 36 países y más de 25.000 kilómetros. Un reto deportivo único en el mundo que me gustaría dar a conocer”, señala Juanma, puesto que hace unos meses cruzó Europa a través de 27 países en tan solo 100 días.

El 16 de enero de 2023, Mérida inició su travesía desde Alejandría, Egipto, con el plan de llegar a Ciudad del Cabo, Sudáfrica, el 15 de junio, tras haber completado una ruta salvaje de aproximadamente 12.000 kilómetros en 150 días.

Según nuestro protagonista, cada etapa de su viaje ha estado llena de experiencias inolvidables y desafíos inesperados. En Egipto quedó sorprendido por la vida en las zonas rurales, sintiendo que retrocedía en el tiempo hasta la Edad Media. Aunque el país es conocido por su historia y majestuosas pirámides, Mérida descubrió momentos peligrosos lejos de las zonas turísticas, los cuales ha compartido en su popular canal de YouTube y en su próximo libro.

Durante su paso por Sudán, el ciclista se enfrentó al desierto más grande del mundo y disfrutó de la tranquilidad absoluta que ofrece. A pesar de la generosidad y amabilidad de la gente, lamentó la situación política que ha sumido al país en otra guerra civil. Afortunadamente logró escapar antes de que estallara el conflicto. 

Sin lugar a dudas, Etiopía se convirtió en el país más desafiante de su aventura. No solo tuvo que enfrentarse a duros puertos de montaña, sino también al acoso verbal e incluso físico por parte de algunos habitantes. Además, fue testigo de la pobreza y las difíciles condiciones en las que viven millones de niños en el país.

El contraste fue evidente al llegar a Kenia, un país desarrollado, donde Mérida pudo disfrutar de supermercados repletos de variedad y tuvo la extraordinaria oportunidad de alimentar a una jirafa de 5 metros de altura.

En Tanzania, experimentó la esencia misma de África tal como la imaginamos en Occidente: mujeres equilibrando cargas en sus cabezas con una habilidad impresionante, hombres trabajando la tierra sin maquinaria y niños jugando en un paisaje tropical hermoso. Durante una desviación hacia la paradisíaca isla de Zanzíbar, se encontró cara a cara con una leona salvaje cerca de la frontera del siguiente país, un momento aterrador que logró superar con vida…

Zambia le regaló paisajes salvajes y la oportunidad de admirar las Cataratas Victoria en todo su esplendor, junto con la proximidad de animales salvajes como jirafas, elefantes y zebras.

En Botsuana, Juanma Mérida enfrentó uno de sus mayores desafíos. Encontrar agua, comida y un lugar seguro para dormir se convirtió en una tarea extremadamente difícil. Acampar en cualquier lugar era considerado un verdadero suicidio, debido a la presencia de leones y guepardos en los alrededores.

Namibia fue otro gran desafío. Esta vez tuvo que superar su famoso desierto y transitar durante muchos kilómetros por carreteras sin asfaltar.

Para colmo, al llegar a Sudáfrica se encontró con el húmedo y frío viento oceánico de esta parte del país donde el invierno empezó hace semanas.

“Este es mi segundo invierno en el mismo continente con menos de 5 meses de diferencia”

Este intrépido Youtuber ha superado todos los obstáculos en su camino, demostrando su valentía y determinación para cumplir sus sueños.

Para aquellos interesados en seguir esta increíble travesía o conocer más sobre las experiencias de Juanma Mérida, pueden encontrarlo en su canal de YouTube, donde comparte emocionantes videos de sus encuentros y desafíos en cada país.

https://www.youtube.com/channel/UC0zPXPYyc5MSgWJHtdG4ZdQ  

https://instagram.com/juanma_merida_

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