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Cicloturismo

Sudamérica entrañable I: Argentina

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Bernardo Gassmann, que confiesa ser “heredero de Biciclub” por su padre, realizó en 2019 un viaje en bicicleta de nueve meses y medio por Sudamérica, completando 10.200 km. Aquí nos cuenta el primer tramo de ese viaje, desde Tucumán hasta poco antes de su entrada a Perú (1.871 kilómetros). Un relato lleno de vida y color, ilustrado con fotos y videos y con los mejores consejos para futuros viajeros.

El proyecto de una nueva aventura en agenda es siempre una motivación para encarar el día a día. Muchas se llevan a cabo, otras quedan archivadas en el cajón de las excusas. Al fin y al cabo lo que las diferencia es simplemente una decisión.
El viaje comienza mucho antes del día de partida, desplegando mapas; leyendo relatos; preparando equipos e inventando el que no existe.
Por esas decisiones de dejarlo todo y de cambio drástico, un amigo se sumaría al tramo de Argentina.
Así sucedió que un mediodía de marzo me entero que un camión con sacos de harina partía desde mi ciudad (Las Rosas, Santa Fe) rumbo a San Miguel de Tucumán, donde un amigo me recibiría en su casa unos días antes de arrancar la pedaleada con mi bicicleta rodado 26 espolvoreada con harina 0000.


Se va la primera

Como no podía ser de otra manera (en el noroeste), los primeros kilómetros comenzaron con mucha lluvia y subidas constantes. Salimos por la mañana de San Miguel de Tucumán hacia Tafí del Valle. Sólo habían transcurrido 90 kilómetros y ya habíamos pinchado dos veces; cortado un rayo; reventado una cubierta y las alforjas parecían tener vida propia.
¿Habíamos subestimado el proyecto? ¿Y si vamos hasta acá nomas? Lo cierto es que hay muy pocas cosas que no se puedan reparar con un poco de ingenio y mucha paciencia (y alambre, una constante en mi viaje).
La primera noche la pasamos en un refugio de vialidad provincial, en un viejo galpón, al resguardo de la persistente lluvia, pero no así de los murciélagos, que no dejaron de revolotearnos toda la noche. No quedó otra que dormir debajo de la mesa.
Para pasar de Tafí a Amaicha del Valle hay que dejarlo todo en una subida hasta El Infiernillo, a 3000 msnm. Pero luego viene el premio, una bajada casi ininterrumpida de unos 30 kilómetros donde uno pasa del verde y húmedo bosque a un paisaje desértico, custodiado por enormes y añosos cactus.
Ahora comienza el ritual de buscar dónde armar la carpa para pasar la noche, no tan lejos de la ruta para no desviarse demasiado, pero tampoco tan cerca como para no ser visto. ¡Si tiene agua es un lujo! Las opciones van desde la costa de un río; en medio de la montaña; un desierto; una iglesia; una estación de bomberos o de policía; una casa de familia; un cementerio; una plaza; etcétera…
Seguimos por los valles Calchaquíes. Ahora rodamos por la mítica ruta 40 hasta Cafayate, con sus viñedos que parecen reclamarle al suelo la escasa agua de la zona.

 

¿Por qué en bicicleta?
Mi respuesta automática a esta pregunta que siempre surgía era algo como: ¿Y por qué no? Pero lo cierto es que yendo de Cafayate a Salta por la Quebrada de las Conchas lo puede apreciar claramente. Recuerdo haber hecho este tramo en auto hace varios años con mi familia. La diferencia es considerable; hasta me atrevo a decir que es otro lugar.
La velocidad con la que transcurren los kilómetros sobre una bicicleta permite a uno integrarse al entorno.
Se puede escuchar el comentario de dos abuelos sentados fuera de su casa, frente a la ruta, en Maimará: “Vieja, mirá ese loco viajando en bicicleta, ¿de dónde vendrá?” O en el interior de Bolivia, por caminos donde suelen transcurrir días enteros sin que nadie los transite, escuchar a una madre decirles a sus hijitos que salgan al patio a ver algo, y ese algo resultás ser vos, quizás la única cosa sobresaliente del día para gente que pasa todas las horas de sol agachada recolectando papas, cosechando quinoa en terrazas empinadas o arreando porfiados animales.
Permite también oler, como es el caso de Salta, donde durante kilómetros percibíamos un aroma dulce, particular, sin saber qué era, hasta que supimos que estábamos en plena época de la cosecha del tabaco y que en los secaderos era donde se generaba ese particular aroma.
Y apreciar el lento aparecer de cada cerro, uno superpuesto a otro, uno más alto e imponente, otro colorido, otro mágico.

Bosque, curvas y más curvas
En Salta no podía quedar de lado la visita a una(s) peña(s), donde junto a un español; un vasco; una francesa y un salteño (no, no es un chiste) pasamos la noche entre guitarra, bombo y violín; noche que se hizo larga y en la que no faltó el buen vino salteño.
Estaba asumido, mañana pedalearíamos con resaca.
De Salta a Jujuy se puede ir tranquilamente por autopista o por el antiguo camino de la cornisa. Por supuesto optamos por la segunda opción, entre precipicios; curvas y contra curvas; bosque cerrado por la vegetación y una niebla casi constante. Todo el que lo recorre por sus carriles de dos metros de ancho queda con la boca bien abierta. Las márgenes del embalse Las Maderas fueron ideales para pasar la noche.

 

Pedalearás en soledad
Entramos a la Quebrada de Humahuaca, el terreno va ganando altura. Desde aquí permanecí sobre los 3000 msnm por varias semanas, hasta bajar en las costas peruanas al Océano Pacífico, pero falta mucho camino para eso aún.
Pasamos por Purmamarca, Maimará, Tilcara, Uquía, Humahuaca, Tres Cruces y La Quiaca: 285 kilómetros donde fuimos aclimatándonos a pedalear en las alturas, con el aire escaso y las noches frías. Ocupando cada tanto alguna vieja casa de adobe abandonada que nos resguardaba del insistente viento de la Puna.
La llegada a La Quiaca no sólo significaba dejar atrás mi país, sino que comenzaría otro tipo de viaje. Ahora mi compañero emprendería el regreso a su ciudad y yo seguiría rumbo norte en soledad.

 

Cuando la mentira es la verdad
Sólo se me viene a la mente una palabra para definir Bolivia: salvaje. Es el país de Sudamérica que más fiel vive a sus raíces, donde no hay que esforzarse para observar la cultura de los pueblos originarios, como suele pasar en muchas partes del mundo, donde se las exhibe en museos.
Aquí el 60% de la población tiene raíces quechuas o aymaras, entre otras de menor tamaño. En muchísimos poblados la única lengua es el quechua, de modo que resulta un poco complejo comunicarse (¿Nuestro spanglish sería el quechuspan de ellos?) Fríos y reacios al primer contacto, luego de cruzar unas pocas palabras demuestran la misma amabilidad que todas las personas suelen tener. Y aquí me quiero detener con otra pregunta recurrente, aparte de las clásicas: ¿De Argentina? ¿En bicicleta? ¿Está usted loco? Sería: ¿No tiene miedo que le hagan daño?
¿Existen las personas malas? Sí, claro. Pero puedo asegurar que la inmensa mayoría son buenas personas y muchas de las que consideramos como malas sólo están pasando por un mal rato. Más aun, todas quieren ayudar de una u otra manera, ya sea dando una indicación (aunque muchas veces no sepan hacerlo, motivo de kilómetros pedaleados en vano), compartiéndote agua, una fruta, su casa para dormir, un grito de aliento y muchos etcéteras más.
Recuerdo yendo de Tupiza a Uyuni, en un paso asfalto-ripio-asfalto-ripo…, como a los 4500 msnm me estaba agarrando la noche y quería perder altura para pasar menos frío. Me detuve en la única casa que vi en kilómetros para pedir algo de agua. La señora no hablaba castellano (tampoco quechuspan) de modo que entre mano va y mano viene me convidó una botella agua, la que me encargué de hacer desaparecer en cuestión de segundos, para cerciorarme en el último trago que me quedaba que estaba llena de larvas. La sed fue mayor que la prudencia. Entregué la botella vacía y partí al camino.
Cerrando la tranquera, a los pocos metros me encontraría con su nieto, que hablaba castellano perfectamente y que respondiendo a mi pregunta me indicaría que “a sólo un kilómetro, luego de esa curva que ve ahí, la ruta baja”, agregando que las subidas le daban paso al llano. Motivado y sonriente salí a toda máquina, pero la felicidad duró poco, el camino no dejaba de ganar altura.
No recuerdo bien, pero creo que esa tarde “cité” por unos minutos a la madre de ese muchacho. Quizás solo entendió mal mi pregunta o la dirección de mi recorrido, quizás no conocía el camino o tal vez dejé escapar por mis ojos el deseo profundo de un camino más benévolo, de una pausa. Y solo por darme una alegría mintió, como los niños suelen hacer, con inocencia.

 

La previa del salar
Hacía varios días ya que me venían comentando que me olvidara de cruzar el salar de Uyuni en bicicleta. Decían que la temporada de lluvias se había extendido, siendo fantástico para una travesía en 4×4 con fotos efecto espejo pero no para mis planes a pedal.
El salar del Uyuni es el más extenso y elevado del mundo, ubicado a 3650 msnm, con un espesor que llega a los 120 metros. En temporadas de lluvias se cubre de agua, lo que lo hace intransitable en bicicleta.
En el pueblo de Uyuni hay una casa del ciclista donde se puede descansar en un colchón o armar la carpa, darse un bienvenido baño, hacerle mantenimiento a la bici, comer sentado en una mesa; es decir casi una vida normal. Se suele dejar una contribución voluntaria o realizar algún trabajo para que la rueda siga girando.
Ahí fue donde llegué casi convencido de que era una locura cruzar el salar, hasta que por esas cosas de la vida me encontré con una pareja de franceses que justamente venía del salar en dirección contraria. La regla de tres simple aplicó aquí también: si los franceses cruzaron…, yo también.
Decidido, pero no tan convencido, salí rumbo a la entrada del salar en el cercano caserío de Colchani. Según las indicaciones recibidas debía ir derecho hasta la isla Incahuasi, pasar noche ahí y al otro día doblar 90° a la derecha para salir a Tahua, primer caserío en tierra firme, 120 kilómetros después.
“Marcá un waypoint en el GPS donde se encuentra la isla, es todo derecho. A la isla la vas a ver solo faltando unos 30 km, antes no ves más que horizonte blanco. No te desvíes por nada del track, porque salís a cualquier lado…”, fueron las máximas recibidas.


Sólo un dato: 278º Oeste

Cargué comida y agua para tres días por si acaso, una piedra (ya verán para qué) y mucho protector, ya que el factor UV es extremo por la altura y el reflejo del blanco de la sal. Sólo había un inconveniente, no tenía GPS. En el afán de seguir la religión del minimalismo en su máxima expresión, lo había mandado de vuelta, junto con varios accesorios más, con mi compañero.
Calculando que, entre unas montañas a mi izquierda y el volcán de Tunupa a mi derecha, justo en el medio se encontraría la isla Incahuasi, apunté la brújula a ese objetivo invisible. Ésta acusaba 278° Oeste, ese sería mi rumbo.
Confiándolo todo a una aguja magnética crucé la franja perfecta que separa la tierra de la sal para internarme en un mundo blanco, inerte y desolado.
Unos 3 kilómetros separan a la “orilla” con el hotel de sal donde se puede encontrar un monumento al Dakar del 2014 y otro decorado con las banderas del mundo. Hasta aquí había sido todo un chapoteo incómodo en el agua salada, a veces con pocos centímetros, otras cubriendo media rueda.
En adelante estaba todo perfectamente seco, solo algunos manchones poco importantes. Las condiciones no podían ser mejores y para mejor no había absolutamente nada de viento.
Caminos aquí no hay, solo algunas huellas que no suelen conducir a ningún lugar, pero yo tenía mi rumbo fijo: 278° Oeste, así que seguí la canción de Juan Manuel al pie de la letra: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Lo curioso es que las distancias son tan inmensas y el terreno tan monótono que da la impresión de no avanzar, ya que los únicos puntos de referencia que se tiene están tan lejos que se mantienen estáticos, indiferentes a nuestro avance. Nada parece acercarse ni retroceder, por lo tanto a uno le da la sensación por momentos de estar en un rolo de entrenamiento.
Mi plan pareció desmoronarse cuando las horas de luz comenzaban su cuenta regresiva y de la isla Incahuasi ni noticias. Pero como era más sencillo seguir que volver, agaché la cabeza hacia la brújula y cambié al plato grande.
Fue hermoso ver al rato una protuberancia contrastando con el dominio blanco del horizonte. Ahí estaba, 20 kilómetros más y llegaba. Los turistas que van hasta allí durante el día suelen dejar comida, también hay baños y agua. ¿Pero qué puede ser más romántico que ver un atardecer en medio de un salar y acampar en él?
No tardé demasiado en buscar el lugar “apropiado” para echarme. Luego, el ritual de siempre: extender el nylon del piso, armar la carpa, clavar las estacas… ¡Imposible! La sal es prácticamente una roca, no hay forma de enterrarlas más que 5 centímetros y si no se la clava y hay viento no será una buena noche seguramente y sobre la sal sólo hay sal. Aquí es donde recurrí al elemento que iba a cambiar la situación: la modesta piedra traída hasta acá en el fondo de la alforja.
Se acercaba la noche y la temperatura empezaba a caer en picada. (Con la altura la densidad de la atmósfera disminuye y ésta no puede almacenar tanta radiación solar. Esto explica por qué cuando estamos en altura, a la sombra nos helamos y al sol estamos a gusto.) Saqué mi calentador MSR y luego de unos cuantos bombeos ya estaba listo para el menú del día: arroz con cebolla, acompañado de unos mates, contemplando uno de los mejores atardeceres que se pueden pedir. Soledad y paz.

 

El hombre del culo blanco
A las 19:30 me fui a dormir, ya que quería levantarme a las 5:30 para ver un prometedor amanecer… Lo cierto es que recién a las 10:30 pude abrir los ojos. Evidentemente la sal relaja.
Mientras desarmaba los bártulos para partir, el juego era hacerle un baile poco elegante y desnudo a los turistas que pasaban a lo lejos en las 4×4 que se dirigían a la isla Incahuasi a pasar el día. El chiste se me dio vuelta cuando horas mas tarde llegué a la isla y me encontré con todo mi público almorzando civilizadamente en mesas, bajo gazebos blancos inmaculados. “Oh, ahí está el hombre del culo blanco…”, le comentaba un inglés estirado a su señora esposa.
Un guía de la zona me comentaría que hacía pocos años, muy cerca de donde había dormido la noche anterior, una familia había tenido una avería en su vehículo, se había aventurado a pie hasta la isla, que estimaban cercana, los había sorprendido la noche y nunca llegaron: cinco cruces en la sal así lo testifican.
También que un ciclista europeo se había detenido para tomar unas fotos y tras caminar solo unos pasos se había desorientado y perdido de vista su bici. Lo encontraron un día después, caminando, a kilómetros de donde debería haberse dirigido. Tuvieron que pasar semanas hasta que dieran con su bicicleta. Es por esa historia que yo en absolutamente todas las fotos del salar salgo junto a mi bicicleta…

 

Camino a La Paz
Luego de ser blanco de muchas preguntas (en varios idiomas) y fotos, me fui de la isla con mucha comida regalada. Doblando 90° a la derecha, solo 50 kilómetros me separaban de la “tierra firme”. Este tramo resultaría un poco más duro, la sal estaba más húmeda y aparecería el viento, por supuesto en contra.
La salida del salar la celebré con una naranja y con el tercer rayo roto.
Tras salir del salar (sentido S-N), fueron unos dos días alternando entre caminos de tierra y asfalto para llegar nuevamente a la carretera principal, camino a Oruro.
Si bien me había percatado de engrasar la cadena de manera exagerada antes de ingresar al salar y de lavarla enérgicamente en la salida, el daño que la sal y el litio le habían hecho a las partes móviles era de esperar. En mi caso, de los 110 eslabones de la cadena, la mitad se habían literalmente soldado. No quedó más que frenar en un pequeño caserío al borde de la extinción y ponerme a trabajar un largo rato con nafta, aceite y el cortacadena.
Lo cierto es que a medida que oscurecía (estaba claro que dormiría ahí mismo) nadie aparecía por la zona. Solo al atardecer, un señor muy mayor, con su lento andar y una bolsita con hojas de coca astutamente amarradas al pasacinto de su pantalón, me regalaría unos huevos y un poco de agua y me daría a entender que él era el único habitante de ese paraje. Luego, arreando su rebaño de vicuñas, se perdería entre una de las dos calles del lugar.
Desde aquí hasta La Paz, el camino discurre por la ruta nacional 1 sin mayores imprevistos, siempre en el altiplano, sobre los 3500 msnm.
Mis amaneceres fueron variados: el lateral derecho de una cancha de pasto sintético en donde horas antes un equipo de cholitas había disputado un enérgico 4-2; un galponcito al fondo de una iglesia entre algunas gallinas confianzudas en Calamarca; el patio de una escuelita de campo donde amanecí bajo la atenta mirada de todos los niños; y un complejo de aguas termales en Pazña.


La Paz: trabajo por canje y montañismo

Antes de entrar a La Paz hay que atravesar la ciudad aledaña, El Alto. (La Paz está en una hollada y El Alto… en lo alto). Son varios kilómetros con todo lo caótico que tiene para ofrecer una ciudad capital. Aquí hay que saber que rige la regla de la no regla. Sin duda los ingresos a las grandes ciudades son de las situaciones potencialmente más peligrosas por las que se pasa.
Ya en La Paz me la pasé un mes de voluntariado en un hostel (4 horas diarias de trabajo por cama y desayuno). Con muchas ganas de practicar mi otra pasión, el montañismo, al no tener el equipo necesario resolví trabajar para una agencia de guías de montaña. No había dinero de por medio: hacía las veces de porteador (llevar la carga de los clientes); armaba los campamentos; cocinaba; empujaba a los rezagados y lo que fuera necesario. A cambio me daban el equipo y se hacían cargo de mis gastos. Así pude escalar el Huayna Potosí, 6088 msnm, y el Sajama, techo de Bolivia, con 6542 msnm.
Pasearse por la ciudad de La Paz es una experiencia en sí misma. Contrasta el modernismo de una metrópoli con un lugar que se resiste a dejar de lado sus costumbres. Por citar un ejemplo, el mercado de brujas, donde se puede comprar el pan del día o una cabeza de caballo disecada.

 

Death Road
Antes de irme de la ciudad tenía algo pendiente que no iba a dejar pasar, el Camino de la Muerte, también conocido como Camino de las Yungas, un viejo trazado que había sido la única forma de unir La Paz con la región de Las Yungas, puerta de entrada a la selva amazónica.
Con solo un carril de tres metros de ancho, curvas sin guardarraíl y con precipicios, este camino fue construido por esclavos paraguayos capturados en la guerra del Chaco allá por 1930.
Hoy existe un nuevo camino, asfaltado y relativamente mas seguro, quedando solo este Camino de la Muerte prácticamente reservado al turismo.
Saliendo de La Paz se toma un minibús donde entran 10 y meten 16 personas, por unos pocos kilómetros, hasta el punto más alto, denominado La Cumbre, a 4700 msnm.
Desde aquí hasta Coroico es bajada en un 85%. Se puede descender del minibús aquí y disfrutar de una bajada sobre una excelente carretera asfaltada metida en un valle con picos de 6000 msnm alrededor, o bien, como hacen los turistas intrépidos que optan por la excursión con bicis, empezar más adelante, donde se abandona la carretera principal y se dobla a la derecha, bajo un deteriorado cartel que reza DEATH ROAD. Desde aquí son 64 kilómetros de recorrido en ripio con un desnivel a favor de 3600 metros…
En las curvas con precipicios de 400 metros uno debe decidir si ponerse más cerca de la pared de la montaña o ir sobre el filo del abismo, mientras te cae una cascada de agua que no te deja ver nada. Todo en un entorno pre-selvático donde el frío de los anteriores 4700 msnm va perdiendo fuerza frente al húmedo calor de la yunga.
Por primera vez mi bici rodaba sin alforjas. Iba solo con una mochila de ataque, con lo mínimo para pasar una noche en Coroico y volver al otro día a La Paz. Pasar de una bici de 50 kg a una flecha de 15 kg donde sólo había que dejarse llevar era demasiado tentador, así que me propuse la regla de ir despacio para cuidar la bici (y cuidarme a mí). Pero pasados sólo unos metros me resultaría imposible inhibir el impulso de soltar los frenos por completo (como las reglas están para romperlas, así sucedió). No llevaba ciclocomputadora, pero estimo que iba a unos 60 km/h.
La libertad del camino poco transitado solo era interrumpida por el sonido del freno a disco constantemente aplicado por algunos turistas paseando en unas bicis doble suspensión muy pro, que pedían pista. Luego de dejar atrás a varios pelotones con sus vehículos de apoyo, todos volvieron a rebasarme cuando a pocos kilómetros de terminar el tramo una piedra en el camino quiso que me quedase tendido.
Con cara de que todo estaba bien y simulando mi detención a la toma de alguna fotografía, me puse a evaluar los daños: llanta trasera doblada (los próximos kilómetros serían con el v-brake abierto) y la cámara pellizcada por el aro. Solo para ponerle un tinte extra de color, constaté que me había quedado sin solución para parches…
Con esta situación puedo ejemplificar por qué este tipo de viajes conviene hacerlo con las anticuadas rodado 26: en pocos kilómetros una vieja playera donó su cámara trasera a la causa.


Perú me espera

Quedaba poco ya de Bolivia. La salida de La Paz la hice por teleférico, para evitar la locura del tránsito, y en dos días, cruzando algún que otro ferry, ya estaba en Copacabana a las orillas del lago navegable más alto del mundo, el Titicaca. Aquí cerca, en la Isla del Sol es donde realmente comenzó la cultura Inca y se puede sentir por qué. A un lado veo las cumbres nevadas de la cordillera Real de Bolivia que unos días atrás estaba pisando y al otro la aventura que se viene: todo Perú por descubrir.


*Bernardo Gassmann: bernardogassmann@gmail.com

Cicloturismo

El cruce más rápido del Sahara en bicicleta y sin asistencia en 12 días, 22 horas y 44 minutos

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Foto: https://www.instagram.com/sergio_michelini_photography/

Protagonizada por el ultraciclista ítalo-argentino Leonardo Morilla, la travesía más rápida (y escalofriante…) del desierto del Sahara en bicicleta, que implicó recorrer sin apoyo externo 3.000 kilómetros desde Marruecos hasta Dakar, con 10.670 metros de desnivel acumulado, en 12 dias 22 horas y 42 minutos, está actualmente en proceso de transformarse en un nuevo Récord Guinness*.
Leonardo comenzó en Marrakesh, Marruecos y terminó en Dakar, Senegal, superando el récord anterior por 7 horas de diferencia, con el agregado de que, por la situación bélica que sufre esa zona, debió recorrer 3.000 kilómetros en lugar de los 1.700 del récord vigente hasta ese momento.

Foto: https://www.instagram.com/sergio_michelini_photography/

El rácord fue realizado durante el verano del Sahara, para aprovechar los vientos a favor de hasta 40 km/h que son frecuentes en esa época del año, pero unas inusuales tormentas en Mauritania provocaron que los vientos fueran en contra casi el 80% del tiempo, en forma de tormentas de arena de hasta 70 km/h.
Leonardo debido atravezar distintas adversidades:
-500 km sin dinero y sin comida debido a que momentaneamente no se podia extraer dinero en ningun cajero de toda Mauritania.
-Pasar por uno de los pocos territorios que existen llamados No man’s Land (Tierra de nadie), en la frontera entre Marruecos y Mauritania.
-Envenenamiento por comida en mal estado
-Cruzar con sobornos la frontera de los hermanos Rosso, entre Mauritania y Senegal, conocida como la frontera más corrupta de África.
-Finalizar su recorrido en Dakar el día de un intento de golpe de estado, donde el gobierno cortó internet por una semana. Lo que obligó a Leonardo a recorrer los ultimos 350 km sin GPS desde la frontera hasta la capital en menos de 24 horas, atravesando manifestaciones e incluso agresiones.
Lo que sigue son algunos relatos en primera persona de esta carrera contra el tiempo y el espacio.

Foto: https://www.instagram.com/sergio_michelini_photography/

Grasa hervida con salsa y solo dos horas de sueño

Antes de comenzar, paso una semana en Marrakech para aclimatar mi cuerpo a las temperaturas.
Me despierto en una habitación de 2 x 2 metros en Medina, Marruecos. Sin ventiladores y apenas una ventana que da a un pasillo interno. Son las 9:30, miro la temperatura: 37ºC. Siento que ya estoy agonizando y todavía ni siquiera estoy en el Sahara.
A las 22:30 salgo de Menara Gardens con 3 testigos que firman los documentos que exige el Guinness World Record.
Parto entre la multitud. No tengo muchos más recuerdos de esa noche más que escuchar música y controlar las pulsaciones. Cuando vuelvo a darme cuenta de dónde estoy, ya he cruzado la primera parte de las montañas Atlas prácticamente sin darme cuenta, ya he hecho 2000 metros de ascenso antes del amanecer.

Tenía comida suficiente para no parar por casi 1000 km; solo debía completar con proteínas como huevos y carne que encontrara en la ruta. Ya es mediodía, entro a un lugar donde veo que la gente come y le digo a la persona que quiero lo mismo, que parecía carne. Me lo sirven y en realidad era solamente grasa hervida de algún animal con una salsa. No creo que sea un plato “saludable”, pero después de haber gastado unas 4000 calorías, ¡era increíble! No podía creer lo bueno que estaba ese plato de solo grasa y cartílagos. Continúo hasta que se hace de noche y voy a un restaurante mejor puesto; el dueño está sorprendido y no quiere que pague. Al final, termina invitándome a su casa y explicándome que él no es árabe, esta región pertenece a otra cultura… No entendí a qué se refería, pero esta secuencia se repitió muchas veces. Le agradezco, sacamos una foto con él y con el chef, y me despido rumbo a Tiznit, donde había visto un camping, solo que no tenía teléfono ni página web. Cuando llego, el camping estaba cerrado. Terminé durmiendo contra una pared para refugiarme del viento a las 2 de la madrugada. Era la primera vez que dormía en 40 horas.
A las 3 unos perros me acorralan en la oscuridad. Veo una luz y grito “Ici, ici”, que en francés es “aquí, aquí”. Era el guardián, que paseaba con sus perros por la noche.Solo hablaba árabe, pero entendí con sus gestos que podía quedarme. El problema es que ahora tenía la adrenalina lista para subirme los Atlas de nuevo; ¿Cómo dormir así? Ese día solo dormí 2 horas en 40 horas.


Camiones

(Al día siguiente) me despierto con el colchón inflable completamente en el piso, muy pinchado. Sentía que mi cuerpo no se había recuperado en absoluto.
En todas las culturas, se puede ver cómo los autos te comunican sus códigos, sus reglas, la de esa ruta en particular. Ahora el código era: “Esta ruta es de los camiones principalmente”. Me doy cuenta cuando un camión toca bocina por detrás, no frena ni cambia de rumbo; ya sabes que es mejor aceptar las condiciones de ellos. Ya no había más banquina, cada vez que un camión venía por detrás tocando bocina, “era mi obligación tirarme fuera del asfalto contra las piedras, contra una zanja, contra lo que sea”. Yo estaba de más en esa ruta y tenía que dejar pasar a cada camión.
Recuerdo llegar a la cima, suspirar y decir, ya no quiero subir más. Me tomo unos minutos para recuperarme, después de sentirme entre la espada y la pared durante varias horas. Luego vino el descenso como recompensa, con el viento que permitía evaporar la transpiración. Llego a un camping y me pongo a reparar el colchón que tenía 7 pinchazos en total; la noche anterior, sin verlo, había dormido sobre unos vidrios rotos y unas ramas. El dueño del camping me cobra 3 euros y además me ofrece un plato de pasta. Me advierte que el agua no es potable y no hay agua caliente, pero que puede darme una olla con un poco de agua hirviendo para bañarme. Me baño sentado en una roca con 2 baldes de agua. Lo sentía como el baño más reparador que había tenido en mi vida. Pude dormir 7 horas.

Tormenta de arena
(Al tercer día) me despierto y la rueda trasera estaba completamente desinflada. La inflo y salgo lo más rápido posible mientras pienso que hoy va a ser un gran día, estoy muy descansado. Luego de cruzar esta última parte de Atlas, llego a TanTan, conocida como “Las puertas del Sahara”. El viento era insoportable, soplaba en contra y cruzado. Calculé en ese momento una velocidad constante de viento de 30 km/h con ráfagas de hasta 70 km/h. Incluso caminar era difícil, tenía miedo de caer frente a un camión. Caminé durante 3 horas. Observaba que la arena estaba suspendida en el aire; en ocasiones, ráfagas de arena voladora me golpeaban, causándome una sensación de ardor en la piel y mucha tos. Cubrí mi boca con la única otra remera que tenía y atravesé TanTan; ya no sabía cómo hacer para respirar ni para abrir los ojos, ya que la arena entraba por todas partes. No era consciente de que estaba atravesando una tormenta de arena.
Levanté la vista y ahí vi una de las imágenes más aterradoras de este viaje: el horizonte estaba compuesto únicamente de arena en movimiento. No se distinguía entre el suelo, el aire y el cielo; todo eran montañas de arena. En ese momento pensé, “¿Dónde me he metido?” Yo creía que esto iba a ser más fácil… ¿Cómo pude pasar por alto esto en mi planificación? En mi cálculo, tendría viento a favor todo el tiempo, pero esto era literalmente imposible. Los camiones se detienen y me preguntan hacia dónde voy. Intento explicar que estoy intentando establecer un récord mundial, pero nadie parece entenderme. Me dan agua y se van.

The police
(Al final de lmi cuarta jornada,) a las 11 pm, llego a las puertas de la ciudad de Laayune. Un grupo de policías amables me detiene. 100 metros más adelante, militares me paran; ya no tan amables, me piden el pasaporte y me hacen muchas preguntas. Lo más extraño es que, a 100 metros de allí, me paran otros militares, pero estos estaban bastante armados y no mostraban ninguna sonrisa. Me apuntan con linternas en la cara y me preguntan por mis documentos, por qué estoy aquí y por qué a esta hora. El interrogatorio es extenso y luego me dejan ir. 100 metros más adelante me paran nuevamente policías. Ya no entendía nada. Pregunto por qué me paran tantas veces y qué está sucediendo. Me responden que son controles normales, para garantizar mi seguridad. Sin darme cuenta, había cruzado el área en disputa entre Marruecos y Sahara Occidental). Dependiendo de a quién le preguntaras, había cruzado una línea fronteriza entre dos países.

Mad Max

(Al quinto día) despierto rodeado de hombres y escenas que parecen sacadas de una película de Mad Max: animales muertos, jeeps, camionetas y motocicletas destrozadas con piezas esparcidas por todas partes. Parece un desguace con carpas en medio. Me levanto muy tarde ese día debido a la acumulación del viento en contra, lo cual me ha dejado con una gran fatiga física.
El sistema tubeless de la bicicleta deja de funcionar y tengo que reemplazarlo por una cámara de aire convencional. También aprovecho para limpiar el grupo de tracción en una gasolinera con diésel, ya que la arena ya no me permite cambiar de marchas correctamente. Pierdo mucho tiempo realizando estas reparaciones y limpiezas. Debido a la tormenta de arena, algunas partes de la carretera tienen un carril reducido y se convierten en un solo sentido, ya que las máquinas topadoras están retirando la arena de la carretera. Parece como si el Sahara estuviera “comiéndose” la ruta. Finalmente, encuentro un camping y duermo alrededor de la medianoche.

(En la séptima jornada) me despierto antes del amanecer y soy muy consciente de que estoy retrasado. A partir de este momento, no puedo permitirme perder tiempo en nada. Desayuno rápidamente y me subo a la bicicleta. Creo que solo saqué una foto ese día. Cruzo el Trópico de Cáncer y pincho la rueda trasera dos veces. Ahora uso una cámara de aire, así que tengo que limpiar y reparar la cámara, que está sucia por el líquido tubeless. Duermo en un pequeño pueblo donde la gente espera antes de que abran la aduana para cruzar a Mauritania. Estoy un poco preocupado por “No Man’s Land”, ya que mañana cruzaré uno de los pocos territorios en conflicto, donde ningún país lo reclama como propio. Por lo tanto, son 5 km donde no hay leyes ni gobierno que rijan ese territorio.

No man’s land
Me despierto antes del amanecer y me dirijo directamente a la frontera. Desayuno un pan con huevos y veo un cajero automático. Pienso que es mejor sacar dinero en efectivo en Mauritania para evitar problemas con el tipo de cambio. Sin saber que esta sería mi última comida con mi último dinero en más de 500 km.
Llegar en bicicleta a una frontera en el Sahara tiene la ventaja de que te dejan pasar adelante sin hacer cola bajo el sol. Pero ser blanco tiene la desventaja de que quieren entender realmente lo que estás haciendo y asegurarse de que no seas una amenaza para ellos o un problema internacional. Cruzo “No Man’s Land” y del otro lado me encuentro con nada más y nada menos que la Guardia Civil Española. Ellos estaban caminando, hablando y saludando a la gente. Quería abrazarlos, pero decidí limitarme a darles la mano. Estaban muy contentos de verme y se reían, preguntando cómo llegué hasta allí. Mientras hablaban, tomaban jugo de naranja en vasos de vidrio, dos cosas que no había visto en más de 1000 km. Les expliqué mi situación de récord mundial y les pregunté si sería seguro seguir de noche. Me dijeron: “Ya llegaste hasta aquí, así que sabes dónde estás y cómo funciona esto. Ve tranquilo, no te pasará nada. De todos modos, vamos a informar al jefe de los militares de Mauritania y veremos qué dice”. El jefe militar de Mauritania vino y dijo: “De noche no puedes continuar en bicicleta, es peligroso. Cuando veas militares de noche, quédate allí”.

Mis días más difíciles: Mauritania 

Pago una visa de 55 euros, que no puedo pagar con tarjeta, y me quedan solo unos 5 euros en efectivo. Un militar me dice que no me preocupe, que a 45 km hay un pueblo donde puedo usar mi tarjeta.
Ese día la temperatura rondaba los 50 grados. Llego al pueblo y resulta ser uno de los más pobres que he visto, con camellos muertos abandonados en la carretera. Ni siquiera los han enterrado. Compro algunas bebidas mientras reviso el mapa. Hay una gasolinera a 80 km y luego un pueblo a 200 km. La gasolinera está abandonada.

No tengo agua y comienzo a pedir bebidas a los militares y policías que me detienen. Llego a la ciudad a media noche; el nombre de la ciudad solo está en árabe en los carteles.
Ningún cajero automático funciona. Unos niños, junto con una persona mayor, me ayudan. Los niños se autodenominan los guardias del ATM y me muestran los 3 cajeros automáticos que hay, ninguno de los cuales funciona. Me dan algo de su escasa comida y agua. Me dicen que no me preocupe, que puedo dormir en la mezquita. Me presentan al guardián de la mezquita, que parece un imán, y a las 3 de la madrugada me recibe y, como todos los hombres religiosos, habla varios idiomas, incluido el inglés con fluidez. Le cuento mi situación y me dice que soy bienvenido, y me muestra un lugar donde puedo dormir junto con otras 20 personas. Era el patio de la mezquita. Me acuesto en mi bolsa de dormir, miro al cielo y veo un millón de estrellas.
(Al principio de mi novena jornada) me despierto con la llamada a la oración islámica a las 5 AM. Nunca antes me había sentido tan dolorido muscularmente. Mi cerebro estaba en piloto automático, ya no respondía, solo sabía que la solución estaba adelante. No tenía comida en el estómago y mi cuerpo comenzó a consumir no solo grasa sino también mis propios músculos como fuente de energía. Compro 2 panes con los últimos 20 centavos que me quedan y no me bajo de la bicicleta hasta llegar a la capital de Mauritania, Nuakchot. Llego a Nuakchot a media noche. Ningún cajero automático funciona, encuentro un hotel donde hablan inglés, les cuento mi situación y me dicen que no me preocupe, que me quede a dormir y vea cómo soluciono las cosas mañana. Pregunto por comida, pero me dicen que ya es muy tarde. Me voy a dormir sin comer.
(A la mañana de mi décima jornada) me despierto en el hotel a las 6 AM y comienzo a enviar mensajes a amigos que trabajan en diversas ONG de África. Finalmente, logro que una amiga de un amigo me dé 200 euros en efectivo y le transfiero el equivalente a su cuenta en Europa.
Tan pronto como recibo el dinero, compro un plato de arroz con pollo en el primer lugar que encuentro. Pero, poco antes de terminar de comer, empiezo a sentir un fuerte dolor en el estómago y salgo corriendo al baño. Mi cuerpo reacciona con una diarrea que llega quince minutos después de comer. Me estoy envenenando con carne en mal estado. Quedan menos de 48 horas para recorrer 600 km y decidir si rompo o no el récord mundial anterior. No puedo permitirme perder más tiempo. Compro algunos víveres para no detenerme más hasta la meta final.
Salgo muy tarde y físicamente agotado. A las 10 PM, empiezo a marearme en la carretera, y a las 11 PM, habiendo recorrido solo 50 km, me detiene un control militar. Me piden el pasaporte, me llevan al jefe y él me dice que no puedo continuar por mi seguridad; tienen esa orden y debo quedarme ahí. Para mí, es una especie de salvación, ya que ya estaba comenzando a sentir fiebre.

Los hermanos Rosso

(Al principio de mi undécima jornada) un hombre árabe con un turbante verde oscuro y una ametralladora me despierta. Muy amablemente dice: “Son las 7 AM, ya puedes irte… parece que estabas muy cansado”. Antes de que me vaya, me da algo: un pan mordido y un mango.
Comienzo a pedalear hacia Rosso, conocida por ser la frontera más corrupta de toda África, administrada por dos hermanos. Llego a las 5:45 PM, justo 15 minutos antes de que cierre. Pago alrededor de 70 euros en sobornos y cruzo a Senegal en una canoa motorizada.

Del lado de Senegal ya no hay árabes, pero parece que he entrado en algún tipo de infierno. Solo veo gente vestida con uniformes militares y de policía a medias, porque en realidad ninguno es militar ni policía. Hay muy pocas mujeres, casi todas son prostitutas. No hay ningún tipo de recolección de basura, así que las moscas están en todas partes. Además, el alcohol es de venta libre en Senegal, lo que amplifica aún más la decadencia de ese lugar.

Una Coca en el prostíbulo

Me encuentro con un hombre blanco que me grita con acento español: “¡Oye! ¡Te vi en el Sahara! ¡Has cruzado el Sahara! ¡Estás loco!”. Era un camionero de casi 70 años que compraba camiones en Europa y los vendía en África. Según él, me había visto durante los últimos 1500 km. Le propongo tomar un café juntos, pero eso no existe en Rosso. Él me dice: “Aquí solo hay dos prostíbulos”, así que vamos a uno de ellos a tomar una Coca-Cola. Allí le muestro los mapas y le cuento mi travesía. Siendo las 8 PM y habiendo recorrido ya 250 km, él me convence de que no puedo descansar en Rosso. Si quiero romper el récord mundial, debo hacer al menos 100 km más ese día o antes de dormir. Le doy un abrazo y sigo adelante, enfrentando el viento de frente en dirección a Saint Louis.

Día 12, el último día

Me despierto a las 8 AM. A pesar de ver que he perdido mucho peso, al ponerme la ropa me doy cuenta de que algo anda mal. A pesar de eso, me siento bien y sé que es el último día. No desayuno, el dolor en el estomago me hace olvidar que debo comer.
Salgo directamente y enciendo el GPS. Pero recuerdo que no hay internet debido a un intento de golpe de estado y el gobierno cortó el servicio. Así que no sé cómo llegar a Dakar. No lo pienso dos veces y sigo en dirección sur, preguntando a la gente cómo llegar a Dakar. Todo el camino es en contra del viento.
Paso por barricadas y veo señales de incendios de la noche anterior. Algunas calles todavía están bloqueadas y algunos niños me detienen, amenazándome con palos y arrojando piedras y botellas. Un niño me roba una botella de agua. La gente está furiosa en las calles y a medida que me acerco a la capital se vuelven más agresivos y menos dispuestos a ayudar. Estoy a punto de llegar me faltan pocos kilómetros.
Dos amigas se suben a un taxi y me guían hasta el Monumento del Renacimiento Africano.

Con ellas dos como testigos, establezco el nuevo récord: el cruce más rápido del Sahara, desde Marrakech hasta Dakar.
12 días, 22 horas y 44 minutos.

@leo_morilla

*El cambio de ruta fue propuesto y aprobado por Guinnes World Record. El rácord ha sido enviado a revisión, junto con toda la documentacion requerida por las autoridades del Guinness, para ser oficial, un proceso que Guinness demora aproximadamente entre 4 meses y 1 año para aprobarlo como oficial o rechazarlo, en ca. En caso de no ser aprobado será un récord no oficial.

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Cicloturismo

Bicivolador Turístico: un viaje inolvidable por la historia y la belleza rural de Navarro y Las Marianas

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En un mundo cada vez más conectado digitalmente, a veces olvidamos la riqueza y la magia que nos ofrece el mundo rural. Es en estos rincones apartados donde se esconden tesoros ocultos y experiencias auténticas que nos transportan a un pasado lleno de historias fascinantes y paisajes cautivadores. En este contexto, el proyecto denominado Bicivolador Turístico emerge como una ventana única para explorar los encantos de los pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires, combinando la pasión por el ciclismo con el descubrimiento de la historia, las costumbres y la gastronomía local.

Dentro de este emocionante proyecto, la localidad de Navarro se presenta como uno de los destinos destacados para el próximo mes de octubre. Situada en el corazón de Buenos Aires, a unos 110 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, esta encantadora localidad cautiva a los visitantes con su rica historia y su escenario natural. Durante tres días y dos noches, los entusiastas del ciclismo y los aventureros podrán sumergirse en una experiencia enriquecedora, que combina el esplendor rural con una presentación exclusiva de degustación de vinos, un recorrido rural al pintoresco pueblo de Las Marianas y un fascinante recorrido urbano por la localidad de Navarro.

Navarro, con su laguna municipal y su arquitectura antigua, es una joya histórica que ha resistido el paso del tiempo. Sus edificios antiguos y su encanto tradicional nos transportan a épocas pasadas, permitiéndonos revivir la grandeza y la sencillez de las generaciones anteriores.

Durante el recorrido urbano, los participantes tendrán la oportunidad de descubrir los tesoros ocultos de la ciudad, visitando lugares emblemáticos como la Parroquia San Lorenzo, el Parque Histórico Dorrego, la Estación Trocha Museo Ferroviario, la Réplica del Fortín y el Museo Palentológico, entre otros.

Pero el encanto de Navarro no se limita solo a su ejido urbano sino que en las afueras el esplendor natural toma protagonismo, ofreciendo un espectáculo visual que deleitará a los amantes de la naturaleza. El recorrido rural hacia el Pueblo de Las Marianas invita a los cicloturistas a adentrarse en la belleza natural de este lugar pintoresco y evoca una serenidad que solo se encuentra en estos parajes rurales.

Pero la experiencia no estaría completa sin una muestra de la exquisita gastronomía de la región. En el corazón de Navarro, los afortunados participantes tendrán la oportunidad de disfrutar de almuerzos en lugares como “Lo de Irma” (viejo Hotel rural) y el “Almacén Museo La Protegida”.

En resumen, el proyecto Bicivolador Turístico se convierte en un pasaporte a la historia, la cultura y la belleza rural de los pueblos y parajes bonaerenses como lo son en este caso Navarro y Las Marianas. Esta experiencia promete ser un viaje inolvidable que alimentará los sentidos y rejuvenecerá el espíritu de aquellos que quieran escapar del ruido de las grandes urbes y buscan una conexión auténtica con la tranquilidad y seguridad de estos lugares. Así que preparate para pedalear, descubrir y dejarte cautivar por la magia de la Argentina rural en Bicivolador Turístico.

Esta propuesta te invita no solo a pedalear por caminos rurales sino también a que te lleves información de la historia del lugar que visitarás e imágenes hermosas que te harán olvidar de la rutina y el acelere al que estamos acostumbrados…

PD: Bicivolador Turístico no se limita a Navarro…Ya se están diagramando experiencias para las localidades de Mercedes y Suipacha, asi que estate atento.

Para obtener más información sobre el proyecto Bicivolador Turístico y reservar tu lugar en la experiencia en Navarro, visita en instagram @bicivolador_turístico o comunícate con el celular 2324-500438.

Los cupos son limitados, así que asegúrate de reservar con anticipación para no perderte esta aventura única.

Por Mauro Lambert

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ABC

Seguros Rivadavia ofrece variedad de coberturas para la bicicleta y el ciclista

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Seguros Rivadavia ofrece tres líneas de seguros de bicicletas: Bici Pro, Bici Max y Bici Total, las tres con diversas alternativas de contratación en sus coberturas y capitales asegurados. 

Todos estos planes amparan la pérdida total por robo de la bicicleta, el daño total y parcial (tanto en Argentina como en el exterior, si se opta por contratar la extensión de cobertura), accidentes personales para el ciclista y responsabilidad civil ante cualquier accidente que sufra circulando y que pueda provocar daños a terceros, el robo de efectos personales o equipos portátiles electrónicos que porten en bolsos o mochilas en circunstancias de uso de la bicicleta.


En suma, las siguientes son las coberturas básicas:
• Robo total.
• Muerte accidental.
• Invalidez total y parcial permanente por accidente.
• Gastos de asistencia médico-farmacéutica por accidente.
• Cobertura de responsabilidad civil del ciclista.


Y estas coberturas se complementan con una importante gama de servicios adicionales sin cargo para el asegurado.
Pueden acceder a estos planes bicicletas fabricadas desde el año 2000 en adelante.

Para más información: www.segurosrivadavia.com | 0810-999-3200 | info@segurosrivadavia.com
O bien, contactarse con cualquiera de los Productores Asesores de Seguros Rivadavia en todo el país.

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Cicloturismo

Cruzando África en bicicleta

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Tras conquistar Europa en tiempo récord, un intrépido Youtuber español de ultra distancia, Juanma Mérida, se encuentra en Ciudad del Cabo tras completar su desafío de cruzar el continente africano en bicicleta. “En menos de un año he cruzado dos continentes, 36 países y más de 25.000 kilómetros. Un reto deportivo único en el mundo que me gustaría dar a conocer”, señala Juanma, puesto que hace unos meses cruzó Europa a través de 27 países en tan solo 100 días.

El 16 de enero de 2023, Mérida inició su travesía desde Alejandría, Egipto, con el plan de llegar a Ciudad del Cabo, Sudáfrica, el 15 de junio, tras haber completado una ruta salvaje de aproximadamente 12.000 kilómetros en 150 días.

Según nuestro protagonista, cada etapa de su viaje ha estado llena de experiencias inolvidables y desafíos inesperados. En Egipto quedó sorprendido por la vida en las zonas rurales, sintiendo que retrocedía en el tiempo hasta la Edad Media. Aunque el país es conocido por su historia y majestuosas pirámides, Mérida descubrió momentos peligrosos lejos de las zonas turísticas, los cuales ha compartido en su popular canal de YouTube y en su próximo libro.

Durante su paso por Sudán, el ciclista se enfrentó al desierto más grande del mundo y disfrutó de la tranquilidad absoluta que ofrece. A pesar de la generosidad y amabilidad de la gente, lamentó la situación política que ha sumido al país en otra guerra civil. Afortunadamente logró escapar antes de que estallara el conflicto. 

Sin lugar a dudas, Etiopía se convirtió en el país más desafiante de su aventura. No solo tuvo que enfrentarse a duros puertos de montaña, sino también al acoso verbal e incluso físico por parte de algunos habitantes. Además, fue testigo de la pobreza y las difíciles condiciones en las que viven millones de niños en el país.

El contraste fue evidente al llegar a Kenia, un país desarrollado, donde Mérida pudo disfrutar de supermercados repletos de variedad y tuvo la extraordinaria oportunidad de alimentar a una jirafa de 5 metros de altura.

En Tanzania, experimentó la esencia misma de África tal como la imaginamos en Occidente: mujeres equilibrando cargas en sus cabezas con una habilidad impresionante, hombres trabajando la tierra sin maquinaria y niños jugando en un paisaje tropical hermoso. Durante una desviación hacia la paradisíaca isla de Zanzíbar, se encontró cara a cara con una leona salvaje cerca de la frontera del siguiente país, un momento aterrador que logró superar con vida…

Zambia le regaló paisajes salvajes y la oportunidad de admirar las Cataratas Victoria en todo su esplendor, junto con la proximidad de animales salvajes como jirafas, elefantes y zebras.

En Botsuana, Juanma Mérida enfrentó uno de sus mayores desafíos. Encontrar agua, comida y un lugar seguro para dormir se convirtió en una tarea extremadamente difícil. Acampar en cualquier lugar era considerado un verdadero suicidio, debido a la presencia de leones y guepardos en los alrededores.

Namibia fue otro gran desafío. Esta vez tuvo que superar su famoso desierto y transitar durante muchos kilómetros por carreteras sin asfaltar.

Para colmo, al llegar a Sudáfrica se encontró con el húmedo y frío viento oceánico de esta parte del país donde el invierno empezó hace semanas.

“Este es mi segundo invierno en el mismo continente con menos de 5 meses de diferencia”

Este intrépido Youtuber ha superado todos los obstáculos en su camino, demostrando su valentía y determinación para cumplir sus sueños.

Para aquellos interesados en seguir esta increíble travesía o conocer más sobre las experiencias de Juanma Mérida, pueden encontrarlo en su canal de YouTube, donde comparte emocionantes videos de sus encuentros y desafíos en cada país.

https://www.youtube.com/channel/UC0zPXPYyc5MSgWJHtdG4ZdQ  

https://instagram.com/juanma_merida_

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