Conectá con nosotros

Cicloturismo

Sudamérica entrañable I: Argentina

Publicado

el

Bernardo Gassmann, que confiesa ser “heredero de Biciclub” por su padre, realizó en 2019 un viaje en bicicleta de nueve meses y medio por Sudamérica, completando 10.200 km. Aquí nos cuenta el primer tramo de ese viaje, desde Tucumán hasta poco antes de su entrada a Perú (1.871 kilómetros). Un relato lleno de vida y color, ilustrado con fotos y videos y con los mejores consejos para futuros viajeros.

El proyecto de una nueva aventura en agenda es siempre una motivación para encarar el día a día. Muchas se llevan a cabo, otras quedan archivadas en el cajón de las excusas. Al fin y al cabo lo que las diferencia es simplemente una decisión.
El viaje comienza mucho antes del día de partida, desplegando mapas; leyendo relatos; preparando equipos e inventando el que no existe.
Por esas decisiones de dejarlo todo y de cambio drástico, un amigo se sumaría al tramo de Argentina.
Así sucedió que un mediodía de marzo me entero que un camión con sacos de harina partía desde mi ciudad (Las Rosas, Santa Fe) rumbo a San Miguel de Tucumán, donde un amigo me recibiría en su casa unos días antes de arrancar la pedaleada con mi bicicleta rodado 26 espolvoreada con harina 0000.


Se va la primera

Como no podía ser de otra manera (en el noroeste), los primeros kilómetros comenzaron con mucha lluvia y subidas constantes. Salimos por la mañana de San Miguel de Tucumán hacia Tafí del Valle. Sólo habían transcurrido 90 kilómetros y ya habíamos pinchado dos veces; cortado un rayo; reventado una cubierta y las alforjas parecían tener vida propia.
¿Habíamos subestimado el proyecto? ¿Y si vamos hasta acá nomas? Lo cierto es que hay muy pocas cosas que no se puedan reparar con un poco de ingenio y mucha paciencia (y alambre, una constante en mi viaje).
La primera noche la pasamos en un refugio de vialidad provincial, en un viejo galpón, al resguardo de la persistente lluvia, pero no así de los murciélagos, que no dejaron de revolotearnos toda la noche. No quedó otra que dormir debajo de la mesa.
Para pasar de Tafí a Amaicha del Valle hay que dejarlo todo en una subida hasta El Infiernillo, a 3000 msnm. Pero luego viene el premio, una bajada casi ininterrumpida de unos 30 kilómetros donde uno pasa del verde y húmedo bosque a un paisaje desértico, custodiado por enormes y añosos cactus.
Ahora comienza el ritual de buscar dónde armar la carpa para pasar la noche, no tan lejos de la ruta para no desviarse demasiado, pero tampoco tan cerca como para no ser visto. ¡Si tiene agua es un lujo! Las opciones van desde la costa de un río; en medio de la montaña; un desierto; una iglesia; una estación de bomberos o de policía; una casa de familia; un cementerio; una plaza; etcétera…
Seguimos por los valles Calchaquíes. Ahora rodamos por la mítica ruta 40 hasta Cafayate, con sus viñedos que parecen reclamarle al suelo la escasa agua de la zona.

 

¿Por qué en bicicleta?
Mi respuesta automática a esta pregunta que siempre surgía era algo como: ¿Y por qué no? Pero lo cierto es que yendo de Cafayate a Salta por la Quebrada de las Conchas lo puede apreciar claramente. Recuerdo haber hecho este tramo en auto hace varios años con mi familia. La diferencia es considerable; hasta me atrevo a decir que es otro lugar.
La velocidad con la que transcurren los kilómetros sobre una bicicleta permite a uno integrarse al entorno.
Se puede escuchar el comentario de dos abuelos sentados fuera de su casa, frente a la ruta, en Maimará: “Vieja, mirá ese loco viajando en bicicleta, ¿de dónde vendrá?” O en el interior de Bolivia, por caminos donde suelen transcurrir días enteros sin que nadie los transite, escuchar a una madre decirles a sus hijitos que salgan al patio a ver algo, y ese algo resultás ser vos, quizás la única cosa sobresaliente del día para gente que pasa todas las horas de sol agachada recolectando papas, cosechando quinoa en terrazas empinadas o arreando porfiados animales.
Permite también oler, como es el caso de Salta, donde durante kilómetros percibíamos un aroma dulce, particular, sin saber qué era, hasta que supimos que estábamos en plena época de la cosecha del tabaco y que en los secaderos era donde se generaba ese particular aroma.
Y apreciar el lento aparecer de cada cerro, uno superpuesto a otro, uno más alto e imponente, otro colorido, otro mágico.

Bosque, curvas y más curvas
En Salta no podía quedar de lado la visita a una(s) peña(s), donde junto a un español; un vasco; una francesa y un salteño (no, no es un chiste) pasamos la noche entre guitarra, bombo y violín; noche que se hizo larga y en la que no faltó el buen vino salteño.
Estaba asumido, mañana pedalearíamos con resaca.
De Salta a Jujuy se puede ir tranquilamente por autopista o por el antiguo camino de la cornisa. Por supuesto optamos por la segunda opción, entre precipicios; curvas y contra curvas; bosque cerrado por la vegetación y una niebla casi constante. Todo el que lo recorre por sus carriles de dos metros de ancho queda con la boca bien abierta. Las márgenes del embalse Las Maderas fueron ideales para pasar la noche.

 

Pedalearás en soledad
Entramos a la Quebrada de Humahuaca, el terreno va ganando altura. Desde aquí permanecí sobre los 3000 msnm por varias semanas, hasta bajar en las costas peruanas al Océano Pacífico, pero falta mucho camino para eso aún.
Pasamos por Purmamarca, Maimará, Tilcara, Uquía, Humahuaca, Tres Cruces y La Quiaca: 285 kilómetros donde fuimos aclimatándonos a pedalear en las alturas, con el aire escaso y las noches frías. Ocupando cada tanto alguna vieja casa de adobe abandonada que nos resguardaba del insistente viento de la Puna.
La llegada a La Quiaca no sólo significaba dejar atrás mi país, sino que comenzaría otro tipo de viaje. Ahora mi compañero emprendería el regreso a su ciudad y yo seguiría rumbo norte en soledad.

 

Cuando la mentira es la verdad
Sólo se me viene a la mente una palabra para definir Bolivia: salvaje. Es el país de Sudamérica que más fiel vive a sus raíces, donde no hay que esforzarse para observar la cultura de los pueblos originarios, como suele pasar en muchas partes del mundo, donde se las exhibe en museos.
Aquí el 60% de la población tiene raíces quechuas o aymaras, entre otras de menor tamaño. En muchísimos poblados la única lengua es el quechua, de modo que resulta un poco complejo comunicarse (¿Nuestro spanglish sería el quechuspan de ellos?) Fríos y reacios al primer contacto, luego de cruzar unas pocas palabras demuestran la misma amabilidad que todas las personas suelen tener. Y aquí me quiero detener con otra pregunta recurrente, aparte de las clásicas: ¿De Argentina? ¿En bicicleta? ¿Está usted loco? Sería: ¿No tiene miedo que le hagan daño?
¿Existen las personas malas? Sí, claro. Pero puedo asegurar que la inmensa mayoría son buenas personas y muchas de las que consideramos como malas sólo están pasando por un mal rato. Más aun, todas quieren ayudar de una u otra manera, ya sea dando una indicación (aunque muchas veces no sepan hacerlo, motivo de kilómetros pedaleados en vano), compartiéndote agua, una fruta, su casa para dormir, un grito de aliento y muchos etcéteras más.
Recuerdo yendo de Tupiza a Uyuni, en un paso asfalto-ripio-asfalto-ripo…, como a los 4500 msnm me estaba agarrando la noche y quería perder altura para pasar menos frío. Me detuve en la única casa que vi en kilómetros para pedir algo de agua. La señora no hablaba castellano (tampoco quechuspan) de modo que entre mano va y mano viene me convidó una botella agua, la que me encargué de hacer desaparecer en cuestión de segundos, para cerciorarme en el último trago que me quedaba que estaba llena de larvas. La sed fue mayor que la prudencia. Entregué la botella vacía y partí al camino.
Cerrando la tranquera, a los pocos metros me encontraría con su nieto, que hablaba castellano perfectamente y que respondiendo a mi pregunta me indicaría que “a sólo un kilómetro, luego de esa curva que ve ahí, la ruta baja”, agregando que las subidas le daban paso al llano. Motivado y sonriente salí a toda máquina, pero la felicidad duró poco, el camino no dejaba de ganar altura.
No recuerdo bien, pero creo que esa tarde “cité” por unos minutos a la madre de ese muchacho. Quizás solo entendió mal mi pregunta o la dirección de mi recorrido, quizás no conocía el camino o tal vez dejé escapar por mis ojos el deseo profundo de un camino más benévolo, de una pausa. Y solo por darme una alegría mintió, como los niños suelen hacer, con inocencia.

 

La previa del salar
Hacía varios días ya que me venían comentando que me olvidara de cruzar el salar de Uyuni en bicicleta. Decían que la temporada de lluvias se había extendido, siendo fantástico para una travesía en 4×4 con fotos efecto espejo pero no para mis planes a pedal.
El salar del Uyuni es el más extenso y elevado del mundo, ubicado a 3650 msnm, con un espesor que llega a los 120 metros. En temporadas de lluvias se cubre de agua, lo que lo hace intransitable en bicicleta.
En el pueblo de Uyuni hay una casa del ciclista donde se puede descansar en un colchón o armar la carpa, darse un bienvenido baño, hacerle mantenimiento a la bici, comer sentado en una mesa; es decir casi una vida normal. Se suele dejar una contribución voluntaria o realizar algún trabajo para que la rueda siga girando.
Ahí fue donde llegué casi convencido de que era una locura cruzar el salar, hasta que por esas cosas de la vida me encontré con una pareja de franceses que justamente venía del salar en dirección contraria. La regla de tres simple aplicó aquí también: si los franceses cruzaron…, yo también.
Decidido, pero no tan convencido, salí rumbo a la entrada del salar en el cercano caserío de Colchani. Según las indicaciones recibidas debía ir derecho hasta la isla Incahuasi, pasar noche ahí y al otro día doblar 90° a la derecha para salir a Tahua, primer caserío en tierra firme, 120 kilómetros después.
“Marcá un waypoint en el GPS donde se encuentra la isla, es todo derecho. A la isla la vas a ver solo faltando unos 30 km, antes no ves más que horizonte blanco. No te desvíes por nada del track, porque salís a cualquier lado…”, fueron las máximas recibidas.


Sólo un dato: 278º Oeste

Cargué comida y agua para tres días por si acaso, una piedra (ya verán para qué) y mucho protector, ya que el factor UV es extremo por la altura y el reflejo del blanco de la sal. Sólo había un inconveniente, no tenía GPS. En el afán de seguir la religión del minimalismo en su máxima expresión, lo había mandado de vuelta, junto con varios accesorios más, con mi compañero.
Calculando que, entre unas montañas a mi izquierda y el volcán de Tunupa a mi derecha, justo en el medio se encontraría la isla Incahuasi, apunté la brújula a ese objetivo invisible. Ésta acusaba 278° Oeste, ese sería mi rumbo.
Confiándolo todo a una aguja magnética crucé la franja perfecta que separa la tierra de la sal para internarme en un mundo blanco, inerte y desolado.
Unos 3 kilómetros separan a la “orilla” con el hotel de sal donde se puede encontrar un monumento al Dakar del 2014 y otro decorado con las banderas del mundo. Hasta aquí había sido todo un chapoteo incómodo en el agua salada, a veces con pocos centímetros, otras cubriendo media rueda.
En adelante estaba todo perfectamente seco, solo algunos manchones poco importantes. Las condiciones no podían ser mejores y para mejor no había absolutamente nada de viento.
Caminos aquí no hay, solo algunas huellas que no suelen conducir a ningún lugar, pero yo tenía mi rumbo fijo: 278° Oeste, así que seguí la canción de Juan Manuel al pie de la letra: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Lo curioso es que las distancias son tan inmensas y el terreno tan monótono que da la impresión de no avanzar, ya que los únicos puntos de referencia que se tiene están tan lejos que se mantienen estáticos, indiferentes a nuestro avance. Nada parece acercarse ni retroceder, por lo tanto a uno le da la sensación por momentos de estar en un rolo de entrenamiento.
Mi plan pareció desmoronarse cuando las horas de luz comenzaban su cuenta regresiva y de la isla Incahuasi ni noticias. Pero como era más sencillo seguir que volver, agaché la cabeza hacia la brújula y cambié al plato grande.
Fue hermoso ver al rato una protuberancia contrastando con el dominio blanco del horizonte. Ahí estaba, 20 kilómetros más y llegaba. Los turistas que van hasta allí durante el día suelen dejar comida, también hay baños y agua. ¿Pero qué puede ser más romántico que ver un atardecer en medio de un salar y acampar en él?
No tardé demasiado en buscar el lugar “apropiado” para echarme. Luego, el ritual de siempre: extender el nylon del piso, armar la carpa, clavar las estacas… ¡Imposible! La sal es prácticamente una roca, no hay forma de enterrarlas más que 5 centímetros y si no se la clava y hay viento no será una buena noche seguramente y sobre la sal sólo hay sal. Aquí es donde recurrí al elemento que iba a cambiar la situación: la modesta piedra traída hasta acá en el fondo de la alforja.
Se acercaba la noche y la temperatura empezaba a caer en picada. (Con la altura la densidad de la atmósfera disminuye y ésta no puede almacenar tanta radiación solar. Esto explica por qué cuando estamos en altura, a la sombra nos helamos y al sol estamos a gusto.) Saqué mi calentador MSR y luego de unos cuantos bombeos ya estaba listo para el menú del día: arroz con cebolla, acompañado de unos mates, contemplando uno de los mejores atardeceres que se pueden pedir. Soledad y paz.

 

El hombre del culo blanco
A las 19:30 me fui a dormir, ya que quería levantarme a las 5:30 para ver un prometedor amanecer… Lo cierto es que recién a las 10:30 pude abrir los ojos. Evidentemente la sal relaja.
Mientras desarmaba los bártulos para partir, el juego era hacerle un baile poco elegante y desnudo a los turistas que pasaban a lo lejos en las 4×4 que se dirigían a la isla Incahuasi a pasar el día. El chiste se me dio vuelta cuando horas mas tarde llegué a la isla y me encontré con todo mi público almorzando civilizadamente en mesas, bajo gazebos blancos inmaculados. “Oh, ahí está el hombre del culo blanco…”, le comentaba un inglés estirado a su señora esposa.
Un guía de la zona me comentaría que hacía pocos años, muy cerca de donde había dormido la noche anterior, una familia había tenido una avería en su vehículo, se había aventurado a pie hasta la isla, que estimaban cercana, los había sorprendido la noche y nunca llegaron: cinco cruces en la sal así lo testifican.
También que un ciclista europeo se había detenido para tomar unas fotos y tras caminar solo unos pasos se había desorientado y perdido de vista su bici. Lo encontraron un día después, caminando, a kilómetros de donde debería haberse dirigido. Tuvieron que pasar semanas hasta que dieran con su bicicleta. Es por esa historia que yo en absolutamente todas las fotos del salar salgo junto a mi bicicleta…

 

Camino a La Paz
Luego de ser blanco de muchas preguntas (en varios idiomas) y fotos, me fui de la isla con mucha comida regalada. Doblando 90° a la derecha, solo 50 kilómetros me separaban de la “tierra firme”. Este tramo resultaría un poco más duro, la sal estaba más húmeda y aparecería el viento, por supuesto en contra.
La salida del salar la celebré con una naranja y con el tercer rayo roto.
Tras salir del salar (sentido S-N), fueron unos dos días alternando entre caminos de tierra y asfalto para llegar nuevamente a la carretera principal, camino a Oruro.
Si bien me había percatado de engrasar la cadena de manera exagerada antes de ingresar al salar y de lavarla enérgicamente en la salida, el daño que la sal y el litio le habían hecho a las partes móviles era de esperar. En mi caso, de los 110 eslabones de la cadena, la mitad se habían literalmente soldado. No quedó más que frenar en un pequeño caserío al borde de la extinción y ponerme a trabajar un largo rato con nafta, aceite y el cortacadena.
Lo cierto es que a medida que oscurecía (estaba claro que dormiría ahí mismo) nadie aparecía por la zona. Solo al atardecer, un señor muy mayor, con su lento andar y una bolsita con hojas de coca astutamente amarradas al pasacinto de su pantalón, me regalaría unos huevos y un poco de agua y me daría a entender que él era el único habitante de ese paraje. Luego, arreando su rebaño de vicuñas, se perdería entre una de las dos calles del lugar.
Desde aquí hasta La Paz, el camino discurre por la ruta nacional 1 sin mayores imprevistos, siempre en el altiplano, sobre los 3500 msnm.
Mis amaneceres fueron variados: el lateral derecho de una cancha de pasto sintético en donde horas antes un equipo de cholitas había disputado un enérgico 4-2; un galponcito al fondo de una iglesia entre algunas gallinas confianzudas en Calamarca; el patio de una escuelita de campo donde amanecí bajo la atenta mirada de todos los niños; y un complejo de aguas termales en Pazña.


La Paz: trabajo por canje y montañismo

Antes de entrar a La Paz hay que atravesar la ciudad aledaña, El Alto. (La Paz está en una hollada y El Alto… en lo alto). Son varios kilómetros con todo lo caótico que tiene para ofrecer una ciudad capital. Aquí hay que saber que rige la regla de la no regla. Sin duda los ingresos a las grandes ciudades son de las situaciones potencialmente más peligrosas por las que se pasa.
Ya en La Paz me la pasé un mes de voluntariado en un hostel (4 horas diarias de trabajo por cama y desayuno). Con muchas ganas de practicar mi otra pasión, el montañismo, al no tener el equipo necesario resolví trabajar para una agencia de guías de montaña. No había dinero de por medio: hacía las veces de porteador (llevar la carga de los clientes); armaba los campamentos; cocinaba; empujaba a los rezagados y lo que fuera necesario. A cambio me daban el equipo y se hacían cargo de mis gastos. Así pude escalar el Huayna Potosí, 6088 msnm, y el Sajama, techo de Bolivia, con 6542 msnm.
Pasearse por la ciudad de La Paz es una experiencia en sí misma. Contrasta el modernismo de una metrópoli con un lugar que se resiste a dejar de lado sus costumbres. Por citar un ejemplo, el mercado de brujas, donde se puede comprar el pan del día o una cabeza de caballo disecada.

 

Death Road
Antes de irme de la ciudad tenía algo pendiente que no iba a dejar pasar, el Camino de la Muerte, también conocido como Camino de las Yungas, un viejo trazado que había sido la única forma de unir La Paz con la región de Las Yungas, puerta de entrada a la selva amazónica.
Con solo un carril de tres metros de ancho, curvas sin guardarraíl y con precipicios, este camino fue construido por esclavos paraguayos capturados en la guerra del Chaco allá por 1930.
Hoy existe un nuevo camino, asfaltado y relativamente mas seguro, quedando solo este Camino de la Muerte prácticamente reservado al turismo.
Saliendo de La Paz se toma un minibús donde entran 10 y meten 16 personas, por unos pocos kilómetros, hasta el punto más alto, denominado La Cumbre, a 4700 msnm.
Desde aquí hasta Coroico es bajada en un 85%. Se puede descender del minibús aquí y disfrutar de una bajada sobre una excelente carretera asfaltada metida en un valle con picos de 6000 msnm alrededor, o bien, como hacen los turistas intrépidos que optan por la excursión con bicis, empezar más adelante, donde se abandona la carretera principal y se dobla a la derecha, bajo un deteriorado cartel que reza DEATH ROAD. Desde aquí son 64 kilómetros de recorrido en ripio con un desnivel a favor de 3600 metros…
En las curvas con precipicios de 400 metros uno debe decidir si ponerse más cerca de la pared de la montaña o ir sobre el filo del abismo, mientras te cae una cascada de agua que no te deja ver nada. Todo en un entorno pre-selvático donde el frío de los anteriores 4700 msnm va perdiendo fuerza frente al húmedo calor de la yunga.
Por primera vez mi bici rodaba sin alforjas. Iba solo con una mochila de ataque, con lo mínimo para pasar una noche en Coroico y volver al otro día a La Paz. Pasar de una bici de 50 kg a una flecha de 15 kg donde sólo había que dejarse llevar era demasiado tentador, así que me propuse la regla de ir despacio para cuidar la bici (y cuidarme a mí). Pero pasados sólo unos metros me resultaría imposible inhibir el impulso de soltar los frenos por completo (como las reglas están para romperlas, así sucedió). No llevaba ciclocomputadora, pero estimo que iba a unos 60 km/h.
La libertad del camino poco transitado solo era interrumpida por el sonido del freno a disco constantemente aplicado por algunos turistas paseando en unas bicis doble suspensión muy pro, que pedían pista. Luego de dejar atrás a varios pelotones con sus vehículos de apoyo, todos volvieron a rebasarme cuando a pocos kilómetros de terminar el tramo una piedra en el camino quiso que me quedase tendido.
Con cara de que todo estaba bien y simulando mi detención a la toma de alguna fotografía, me puse a evaluar los daños: llanta trasera doblada (los próximos kilómetros serían con el v-brake abierto) y la cámara pellizcada por el aro. Solo para ponerle un tinte extra de color, constaté que me había quedado sin solución para parches…
Con esta situación puedo ejemplificar por qué este tipo de viajes conviene hacerlo con las anticuadas rodado 26: en pocos kilómetros una vieja playera donó su cámara trasera a la causa.


Perú me espera

Quedaba poco ya de Bolivia. La salida de La Paz la hice por teleférico, para evitar la locura del tránsito, y en dos días, cruzando algún que otro ferry, ya estaba en Copacabana a las orillas del lago navegable más alto del mundo, el Titicaca. Aquí cerca, en la Isla del Sol es donde realmente comenzó la cultura Inca y se puede sentir por qué. A un lado veo las cumbres nevadas de la cordillera Real de Bolivia que unos días atrás estaba pisando y al otro la aventura que se viene: todo Perú por descubrir.


*Bernardo Gassmann: bernardogassmann@gmail.com

Cicloturismo

Un recorrido asturiano en gravel: mar, montaña, naturaleza… y osos

Publicado

el

David Cachon nos tiene acostumbrados a vívidos relatos y videos de sus aventuras en bicicleta. Este en particular cuenta un viaje por tierras de la comunidad española de Asturias, en una Vía Verde que se puede hacer caminando o en bicicleta y que se llama la Senda del Oso…, ya que en ella viven, debidamente protegidos, dos simpáticos osos pardos. No te pierdas el video, las fotos y el relato. Además, al final de la nota, encontrarás todos los datos como para poder, si se te da la oportunidad, saludar en persona a esos osos.   

La senda del Oso, una aventura Gravel en Asturias 

Texto & riding: David Cachon*

Fotografía: David Ponce

Asturias siempre logra sorprenderme, son tantas las joyas que esconde esta comunidad que no me canso de visitarla una y otra vez. Mar, montaña, rutas, paisajes idílicos, naturaleza salvaje, gastronomía envidiable…, qué más se puede pedir cuando lo único que quieres es disfrutar del entorno de forma sana y agradable, sentirte como en casa y disfrutar de sendas y caminos absolutamente mágicos. Bienvenidos a la Senda del Oso, una ruta cicloturista que te hará disfrutar del entorno de este paraíso natural.

Asturias en estado puro 

La Senda del Oso es una antigua vía de un tren minero reconvertida en una Vía Verde que se puede hacer caminando o en bicicleta. Actualmente, la Ruta del Oso es uno de los lugares más visitados de Asturias por parejas, grupos de amigos y, por supuesto, familias con niños. En otras palabras, son miles las personas que se acercan cada año a disfrutarla. Pero, ¿por qué? ¿Qué hace a la Senda del Oso tan especial? 

Primero, la Senda del Oso es Asturias en estado puro y una ruta apta para todos los públicos. Además está ubicada en un enclave espectacular. A lo largo del recorrido atravesarás puentes, túneles y desfiladeros. 

Segundo, la Senda del Oso es una ruta lineal. No obstante, podrás adaptar la longitud a tus necesidades: desde una ruta sencilla de 2 horas a una jornada más deportiva de mayor duración y longitud. 

Tercero, a lo largo de la Senda del Oso pasarás por diferentes poblaciones, donde encontrarás cafeterías, bares y restaurantes. Y si te gusta el plan de picnic, también encontrarás la posibilidad de pararte en uno de los merenderos de la Senda delOso.

La senda del Oso, cicloturismo en Asturias 

La Senda del Oso es una ruta idónea para los amantes del cicloturismo. Su gran riqueza natural y etnográfica avanza a través de túneles y puentes que dan una pincelada de aventura a la marcha. 

El tramo de 22 kilómetros que va desde Tuñón hasta Entrago transcurre siempre por terreno asfaltado, con valla protectora, frecuentes fuentes para el avituallamiento y carteles informativos acerca de la flora y la fauna, los monumentos de la zona, rutas alterativas o consejos.

Se han rehabilitado once puentes que cruzan los ríos Trubia, Picarós, Teverga y Llanuces. Gracias a ellos pasamos de orilla a orilla. También atravesaremos numerosos túneles por los que antes circulaba el tren. Algunos de ellos, con más de cien metros de longitud, están provistos de luz.

La senda discurre por el fondo del valle, junto al río, entre laderas de roca caliza y cuarcítica y una vegetación formada por bosque de ribera, carbayeras y manchas de castaño. 

Si recorremos la Senda del Oso en bicicleta, dado el escaso desnivel existente entre los puntos de inicio y fin (145 y 450 msnm), la pedaleada se convierte en un agradable paseo asequible para ciclistas de cualquier nivel. El tiempo total empleado en la realización de la ruta, en ambos sentidos, será de unas 3 horas. 

El itinerario tiene forma de «y» griega. Se inicia en Tuñón, municipio de Santo Adriano, pasando por Villanueva. Al poco de andar veremos el Cercado de los Osos y el Área Recreativa de Buyera, con un amplio aparcamiento, instalaciones deportivas, cafetería, mesas y bancos para disfrutar de la comida. 

Seguimos en dirección a Proaza y a pocos kilómetros se encuentra la bifurcación. Si nos desviamos a izquierda vamos hacia Barzana, pasando por Caranga y el embalse de Valdemurio; si nos desviamos a la derecha vamos hacia Entrago.

-Tuñón – Proaza: 6 km.

-Proaza – Valdemurio: 8 km.

-Proaza – Entrago: 14 km. 

En Turismo Asturias (https://www.turismoasturias.es) encontrarás toda la información acerca de la ruta, desniveles, consejos, etcétera.

Asturias, el hogar del oso pardo 

La mejor manera de llegar al oso pardo es a través de la vía verde más transitada de Asturias. La senda que lleva su nombre procede del pasado minero de esta zona. A mediados del siglo XIX se construyó la vía férrea para transportar carbón desde Proaza y Teverga hasta Trubia. Un siglo después la vía quedó abandonada. En la actualidad, sin rieles ni trenes, transporta sensaciones, deporte y naturaleza. 

Existen más alicientes para apostar por esta senda, como las áreas recreativas: un alto en el camino para comer algo. Pero quizás el mayor atractivo de esta excursión, al menos para los más jóvenes, es poder contemplar de cerca a dos osas asturianas: Paca y Moli, que pasan el día de un lado a otro, dentro de en un monte cercado junto a la senda. La primera vive aquí desde 1996. La segunda llegó a las instalaciones en 2018, tras la muerte de Tola. La decisión cuenta con el respaldo de los expertos y los biólogos de la Estación Biológica de Doñana, que consideran que las dos osas que viven en semi libertad estarán mejor juntas porque podrán interactuar entre ellas.

Cuándo viajar a la Senda del Oso 

Las mejores épocas del año para viajar a la Senda del Oso son primavera, verano y otoño. Cuando llega la primavera, el verdor de Asturias rodea la ruta, creando un entorno espectacular. En verano disfrutamos de las agradables temperaturas. Incluso, los más valientes, se atreven a darse un chapuzón en el río (el agua baja fresquita). Durante el otoño, increíbles colores ocres dan vida a los árboles para, poco a poco, dar paso al invierno. Cada estación es diferente, pero todas tienen algo mágico.

Dónde comer en la Senda del Oso

Las opciones para comer en la Senda del Oso son las siguientes: 

-Bocadillo: a lo largo de la ruta encontrarás bancos, áreas recreativas y merenderos donde poder pararte a comer un bocadillo. En verano, mucha gente aprovecha las sombras de la orilla del río que va paralelo todo el rato a la ruta para comer allí y refrescarse. 

-Restaurantes: hay numerosos restaurantes en el valle. Si empiezas la ruta temprano, casi seguro terminarás la excursión antes de comer, por lo que podrás elegir si comer en un restaurante de la zona inferior de la ruta (Proaza) o en la superior (Teverga). En cambio si empiezas la ruta a media mañana, lo más habitual es comer en la zona de Proaza. ¿Y qué hacer con las bicis mientras como en un restaurante? No te preocupes, los restaurantes de Proaza están muy acostumbrados a que sus clientes lleguen en bici. Algunos incluso tienen aparcamiento para bicicletas.

Alojamientos 

Existen numerosos alojamientos turísticos por la zona. Desde casas y apartamentos rurales hasta hoteles con servicios exclusivos para ciclistas, balnearios, masajes, aparcamiento de bicis, lavadero, gimnasio, piscina.

En mi caso tuve la gran suerte de hospedarme en el Hotel Las Caldas, el punto de partida perfecto para vivir infinidad de experiencias en plena naturaleza mientras también dedicas unos momentos spa y deportivos para tu bienestar personal. Está situado muy cerca de Oviedo y del comienzo de la Senda del Oso.

Se trata de un hotel de instalaciones modernas que forma parte del complejo Las Caldas Villa Termal by Blau Hotels, uno de los mejores resorts de deporte, turismo activo y spa de toda España, que fue inaugurado en 2011. Su Area Wellness & Beauty resulta el lugar perfecto para recuperar energías con tratamientos pensados para ti, mientras que en el Centro Ecotermal Aquaxana te entregarás al placer de la relajación en un espacio de agua, luz y sonido equipado con camas de burbujas, piscinas activas, tumbonas cálidas, sauna panorámica, baño turco…, todo lo que se puede disfrutar de noche y de día. 

Su historia lo convierten en un lugar de máxima atracción. Se creó en 1776, famoso por las aguas termales naturales mineromedicinales que brotan de su manantial, que han dado nombre al complejo, y que gozan de una fama inmemorial en gratitud de sus beneficios. 

40.000 metros cuadrados diseñados para el total confort de sus huéspedes, un espacio idílico donde relajarse y practicar deporte en un aura de bienestar absoluta. Un hotel en el que sus completas instalaciones, su espectacular entorno natural, su completo servicio y su variedad de tratamientos wellness y de salud lo convierten en un lugar único, perfecto para cultivar cuerpo y mente. 

El Centro Deportivo de Las Caldas by Blau Hotels es realmente una joya para los amantes del deporte: 400 metros cuadrados de espacios de última generación con 4 zonas diferenciadas (cardiovascular, musculación y tonificación, propiocepción y flexibilidad). 

Sus restaurantes son un deleite para el paladar, en los que te recomiendo tomarte tu tiempo, relajarte y descansar después de las sesiones de bike. 

Desde el hotel también podrás realizar todo tipo de rutas de running por los hermosos alrededores, así como disfrutar de las 25 rutas de ciclismo de carretera y mountain bike.

*David Cachon es un mountain biker Pro. Fue dos veces campeón mundial de trial. Un aventurero que, además, hoy crea contenidos ciclistas para las redes: davidcachon.com | @DavidCachon: TikTok, Instagram, Youtube.

Continua leyendo

ABC

Seguros Rivadavia ofrece variedad de coberturas para la bicicleta y el ciclista  

Publicado

el

Seguros Rivadavia ofrece tres líneas de seguros de bicicletas: Bici Pro, Bici Max y Bici Total, las tres con diversas alternativas de contratación en sus coberturas y capitales asegurados. 

Todos estos planes amparan la pérdida total por robo de la bicicleta, el daño total y parcial (tanto en Argentina como en el exterior, si se opta por contratar la extensión de cobertura), accidentes personales para el ciclista y responsabilidad civil ante cualquier accidente que sufra circulando y que pueda provocar daños a terceros, el robo de efectos personales o equipos portátiles electrónicos que porten en bolsos o mochilas en circunstancias de uso de la bicicleta.


En suma, las siguientes son las coberturas básicas:
• Robo total.
• Muerte accidental.
• Invalidez total y parcial permanente por accidente.
• Gastos de asistencia médico-farmacéutica por accidente.
• Cobertura de responsabilidad civil del ciclista.


Y estas coberturas se complementan con una importante gama de servicios adicionales sin cargo para el asegurado.
Pueden acceder a estos planes bicicletas fabricadas desde el año 2000 en adelante.

Para más información: www.segurosrivadavia.com | 0810-999-3200 | info@segurosrivadavia.com
O bien, contactarse con cualquiera de los Productores Asesores de Seguros Rivadavia en todo el país.

Continua leyendo

Cicloturismo

De Bariloche a Las Grutas en mountain bikes por la estepa patagónica

Publicado

el

Un grupo de ciclistas que desde hace 22 años cruzan desde Bariloche a Las Grutas por senderos patagónicos desolados concretaron en diciembre pasado una nueva edición de la travesía, en la que completaron 840 kilómetros en 5 jornadas, totalizando unas 37 horas de pedaleo.  

El precursor de esta travesía fue Marco Visconti, quien hace 22 años comenzó a realizar este viaje en bici a modo de “terapia”. La simple difusión del proyecto hizo que se le sumaran amigos y que se organizaran logísticamente, con un grupo de apoyo que los asiste de manera muy eficiente.

En esta ocasión fueron nueve los participantes que viajaron a bordo de sus mountain bikes: Marco Visconti (68 años), Juan Mühlenpfordt (69), Matías Mülenpfordt (40), Julio Sosa (62), Walter Dei Vecchi (66), Gustavo Morlachi (54), Norberto “Beto” García (58), Miguel Salamida (73) y Carlos “Pucho” Aragón (75). Con la excepción de un par de integrantes, las edades de la mayoría explican por qué suelen apodarlos como Los Viejitos de Hierro —si bien no parece haber edad que los amilane.

Por su parte, el grupo de apoyo estuvo integrado por seis miembros: Daniel García, Héctor Lobos, Daniel Pablos, Daniel Eusebi, Gustavo Braccaccini y Diego Vivanco, que se movilizaron en tres vehículos, una combi y dos camionetas, cada vehículo con sus respectivas radios. La asistencia incluyó un servicio gastronómico de excepción… (No se llega a grande sin saber comer, ¿no?)

Fueron cinco etapas:

• Sábado 3 de diciembre: de Bariloche a Río Chico, pasando por el vado de Pichileufú, Las Bayas y ex Ruta 40. En total pedalearon 168,17 kilómetros. Hicieron noche en un puesto de la estancia Srur, donde saborearon un exquisito cordero.

• Domingo 4: Río Chico, Gastre, Gan Gan, una dura etapa de 196 kilómetros.

• Lunes 5: Gan Gan a Cona Niyeu, una larga jornada de nada menos que 210 kilómetros.

• Martes 6: de Cona Niyeu hasta la Meseta de Paileman, algo más de 157 kilómetros durante los cuales pasaron por un cañadón lleno de cola de zorro y un hermoso mallín.

• Miércoles 7: el tramo más esperado, de la Meseta de Paileman hasta Las Grutas, un total de 108 kilómetros compuestos por 44 kilómetros de ripio y los muy esperados 64 kilómetros de asfalto final hasta Las Grutas.   

La cita ya está firme: la edición 23ª se llevará a cabo en diciembre de este 2023.

Info y fotos proporcionadas por Julio Sosa: sosa.julio@yahoo.com.ar 

Continua leyendo

Cicloturismo

Hans Rey: una aventura en e-MTB por la ciudad de México. La cultura, la comida y los misterios de una urbe de 22 millones de habitantes

Publicado

el

“¡Hans, he cancelado mi vuelo!” rezaba el mensaje que recibí de Rob Warner la mañana del día en que debía llegar a Ciudad de México. ¡Casi pierdo la cabeza! Después de planear este viaje 

durante más de un año, había llegado a México un día antes que Rob para tenerlo todo listo. Pero al llegar me di cuenta de que una de las baterías de la e-MTB, que enviamos a México antes que nosotros, era un modelo equivocado. Pensé en preguntarle a Rob si había alguna posibilidad de que pudiera traer una, ya que todavía estaba en su casa en Inglaterra. También le dije que de todas maneras no habría problema, ya que probablemente podríamos pedir prestada una batería a alguno de los 22 millones de habitantes de la capital. Pero se lo tomó a mal, pensando que no tendría una batería para su e-bike y, sin siquiera llamarme, canceló su vuelo. 

Es difícil explicar lo mucho que había trabajado con Shimano y con otras personas durante meses para encontrar la manera de enviar las baterías a México, ya que, al ser consideradas mercancías peligrosas y no poderlas transportar en aviones, resulta muy complicado enviarlas. 

Después de convencer a Rob de que cambiara su vuelo y viniera en el siguiente avión disponible, pensando que solo se perdería la primera etapa de nuestra aventura, finalmente llegó a  México, pero desgraciadamente su bicicleta no. En este punto estaba dispuesto a matarlo. Todo estaba a punto de desmoronarse o, al menos, parecía que no iba a tener al compañero de correrías con el que contaba. Durante el segundo día teníamos previsto subir a un volcán de 4.500 metros, y habría sido una pena hacerlo sin Rob, así que después de unas cuantas llamadas telefónicas a sus patrocinadores, para asegurarnos de que no les importaría que llevara una bicicleta prestada de otra marca, conseguimos salvar el día. 

Mis viajes “urbanos”

Tras viajar a algunos de los rincones más remotos del planeta en mis primeros viajes de aventura en los años 90, recientemente he encontrado el placer de explorar algunas de las ciudades más grandes del planeta, que suelen estar inmersas en entornos naturales increíbles. 

Ciudad de México reúne todos los requisitos para ser un destino perfecto para una aventura en bicicleta: una metrópolis de gran altitud, con toda su gente, el tránsito, la cultura y la historia, pero también los volcanes, los bike parks y las misteriosas pirámides. Los contrastes no podrían ser mayores entre la naturaleza y la jungla urbana. Y entre los ricos y los pobres: más de 4 millones de personas viven aquí en barrios marginales. 

Si piensas que es fácil planificar un viaje de 5 días que incluya todos los puntos destacados de una mega ciudad, incluyendo lugares interesantes, monumentos y los mejores senderos, piénsalo de nuevo. Suele requerir al menos un año de planificación, incluso con la ayuda de Internet y con el apoyo de guías y riders locales. 

Mau de Ávila fue nuestro guía local, el encargado de arreglar todas las cosas. Él y sus hermanos llevan adelante una empresa llamada DABCO, que ofrece coaching, construcción de senderos y salidas guiadas y están completamente embebidos en la escena de montaña de la ciudad de México y de su más popular bike park, el Desierto de los Leones.

Nuestro equipo estaba formado por mi veterano camarógrafo Cédric Tassan y mi esposa, Carmen Rey, como fotógrafa, ambos, por supuesto, equipados también con e-bikes. Había muchas preguntas que debían resolverse antes de esto. Para empezar, dónde ir y dónde no ir: Ciudad de México puede ser un lugar muy peligroso y montar con bicis caras y cámaras de video y de fotos no es prudente ni seguro en todas partes.

Dia 1: pura ciudad, contrastes y comida callejera 

Finalmente conseguimos una gran mezcla de las mejores y más interesantes zonas. 

Nuestra primera etapa urbana comenzó en un suburbio llamado Santa Fe, comenzando en un barrio muy pobre, aunque rápidamente nos sumergimos entre relucientes rascacielos y lujosas casas. Los contrastes son visibles en todas partes y, a menudo, un flamante edificio o mansión se encuentra literalmente al lado de un barrio marginal deteriorado. Ese día también pudimos probar por primera vez el tránsito al llegar a la hora punta de la mañana en dirección al centro de Ciudad de México, rodando por zonas como Lomas, Chapultepec, Roma, Centro, Zocola o Polanco —esta última el Beverly Hills de CDMX (Ciudad de México). 

Recorrimos bastantes kilómetros ese día y encontramos algunos singletracks entre los diferentes barrios. Pensamos un par de veces en nuestros estómagos antes de almorzar tacos callejeros, pero no pudimos resistir el olor de un puesto improvisado, regentado por un hombre y su mujer. Parecía lo suficientemente limpio para la aprobación de Mau y resultaron ser unos burritos deliciosos. 

Nuestro destino final del día fue el Templo Mayor, que solía ser el principal templo del pueblo mexicano hasta que los españoles lo sustituyeron por una catedral. 

Es difícil de creer que Ciudad de México estuviera cubierta en su mayor parte por un lago, que fue lentamente drenado para ampliar la ciudad. 

Muchos de los yacimientos arqueológicos, templos y pirámides existían mucho antes de que los aztecas gobernaran la zona entre 1345 y 1521 y, por consiguiente, antes de que los españoles invadieran México. 

Había traído mi GT eForce que, con una unidad motriz Shimano Steps EP8, era el juguete perfecto para explorar una ciudad así. Llevaba el cargador en la mochila por si necesitaba recargar la batería, en caso de que el recorrido fuera más largo de lo previsto. Encontramos algunos increíbles retos de riding urbano en parques y plazas para poner a prueba nuestras habilidades. 

Al final de ese día nos sentimos algo agotados. Estábamos listos para unas cervezas.

El volcán Nevado de Toluca

Rob Warner es una leyenda del MTB. Excorredor de la Copa del Mundo de descenso, se ha convertido en la voz del MTB, comentando todas las carreras en Red Bull TV. Tiene una personalidad divertida y es un buen rider. Los dos tenemos experiencia en el mundo del trial, por lo que siempre estábamos atentos a los obstáculos y desafíos del camino. 

Afortunadamente, Rob pudo finalmente unirse a nosotros durante la segunda jornada para pedalear el volcán Nevado de Toluca, un volcán gigante ubicado a solo dos horas al oeste de la ciudad, con un enorme cráter y dos lagos de cráter a más de 4600 metros de altura. Fue uno de los puntos más destacados de nuestro viaje.

Después de circunnavegar los lagos, salimos por el borde del cráter para realizar un impresionante descenso hacia el valle. 

Impresionante por varias razones: las vistas, la falta de aire y el descenso técnico que nos esperaba. Me alegré de que todos lleváramos cubiertas tubeless, lo que nos evitó los pinchazos sobre los afilados pisos de roca. A causa de la altitud, Rob se sentía un poco mareado, además de que su jet lag tampoco ayudaba; en ocasiones no estaba seguro de poder continuar. 

Por su parte, Mau también llevaba una e-bike y resultó ser un rider fantástico. Fue bueno contar con algunos conocimientos locales y también con alguien que nos ayudara a comunicarnos con la gente de las montañas, que lleva una vida muy sencilla. 

Parte de la experiencia de México es la experiencia de la comida mexicana; la forma en que se cocina, se sirve y se presenta. Pudimos probar algunos platos muy auténticos, como los chiles rellenos, la carne asada y las carnitas, por nombrar solo algunos.

Desierto de Los Leones y pulque para brindar

El Desierto de los Leones es una enorme zona natural en las afueras de la ciudad. Pertenece a los nativos, que aún conservan los títulos de propiedad que los españoles les otorgaron hace 500 años. Se ha convertido en la zona de riding más popular de Ciudad de México, con más de 120 senderos, según Trailforks. 

En un intento de proteger el terreno de los desarrolladores urbanos, los bikers locales, incluido Mau, están trabajando con los indígenas para convertirlo en un bike park oficial con mejores servicios e infraestructura para los cientos de ciclistas que ya acuden a él, pero también para crear oportunidades de trabajo e ingresos para los lugareños. Algunos fines de semana se han visto más de 5000 bikers disfrutando del aire libre con vistas a todo el valle alto de Ciudad de México. Se puede ir en autobús o pedaleando hasta más allá de los 3000 metros de altitud. 

No faltan tampoco opciones para descender por la ladera de la montaña. Tuvimos la oportunidad de rodar en un sendero negro llamado Extinción, que era bastante técnico, con algunos toboganes empinados y caídas rocosas. 

También pudimos poner a prueba nuestras habilidades de escalada en el sendero Hipermuro. Realmente disfruto de los senderos técnicos y rocosos cuesta arriba que no se podrían escalar en una MTB normal, pero con la ayuda del motor Shimano Steps fuimos capaces de subir algunas líneas muy desafiantes. No hay que asumir que sea fácil porque se trate de una e-bike, pues se necesita mucha habilidad para mantener el impulso y elegir una línea limpia. Entre el calor, la falta de oxígeno y los largos e implacables tramos rocosos del sendero, tuve ganas de hiperventilar más de una vez. 

Otra cosa que me sorprendió fue la cantidad de riders y la cantidad de bicicletas de alta gama que había. Esto demuestra que nuestro deporte se ha disparado en los últimos 10 años. Siempre se dice que “si se construyen senderos, vendrán”, y no podría ser más cierto. Solo en este barrio hay unas 6 tiendas de bicicletas y cada vez hay más zonas para rodar en bicicleta con senderos que aparecen por todas partes en Ciudad de México. 

En la base del bike park, en un pequeño restaurante, donde la música folclórica tradicional mexicana sonaba por los altavoces, cerca de una de las zonas de aparcamiento, descubrimos el sabor del pulque. Se trata de una bebida alcohólica tradicional mexicana producida a partir de la fermentación del aguamiel, extraída de varias especies de plantas de agave que crecen en la meseta central de México.

Frida, Rivera, el estadio Azteca y Xochimilco

Había llegado el momento de que Rob conociera la ciudad, ya que se había perdido la primera etapa urbana. Su bicicleta había llegado el día anterior y todo el mundo estaba entusiasmado por conocer la ciudad en domingo, un día de la semana que aporta un ambiente diferente y en el que está definitivamente menos concurrida. 

Partimos de la Casa Azul de Coyoacán, donde la artista más famosa de México, Frida Kahlo, vivió con su marido Diego Rivera, que también fue un destacado pintor mexicano. Sus grandes frescos ayudaron a difundir el movimiento muralista en todo el mundo y pueden verse por toda la ciudad.

No pude resistirme a coger un coco fresco de un chico que los vendía y los preparaba para comer, allí mismo en la calle. 

Me encanta el agua de coco y también su carne blanca y fresca. Ya que estábamos allí, también probé unos saltamontes secos con un poco más de lima y chile: crujientes de verdad. A Rob no se le pudo convencer de probar nada de eso, al contrario. No lo entiendo, para mí probar las especialidades locales cuando viajo a lugares exóticos es siempre un punto destacado.

El ambiente de los domingos por la mañana en esta parte de la ciudad es muy agradable, con gente sentada en los cafés, y los mercados locales y los parques llenos de residentes. También había quienes se dedicaban a jugar partidos de fútbol, a correr o incluso a escalar junto al Estadio Olímpico en la zona de la Ciudad Universitaria. 

Ese estadio se construyó para los Juegos Olímpicos de 1968. La enorme inversión que se realizó para ello fue bastante controvertida y provocó protestas y disturbios en su momento. La obra generó muchos obstáculos urbanos, desde paredes y escaleras artificiales hasta formaciones naturales de roca de lava sobre las que se construyó esta zona. Gracias a ello, definitivamente, nos pusimos las pilas con los whelies.  

Mau había prometido una colorida sorpresa al final de nuestro recorrido. Xochimilco fue exactamente eso. Xochimilco es más conocido por sus canales, que son restos de lo que fue un extenso sistema de lagos y canales que conectaba la mayoría de los asentamientos del Valle de México. Estos canales, junto con las islas artificiales llamadas chinampas, atraen a los turistas y a otros residentes de la ciudad a pasear en coloridas embarcaciones tipo góndolas, llamadas trajineras, por los 170 kilómetros de canales. Por 100 pesos más, contratamos a nuestro propio grupo de mariachis para que tocaran algunas melodías del folclore mexicano y así hacer nuestro crucero aún más romántico. 

Las pirámides y el lado oscuro

Teotihuacán ha estado en mi lista de deseos durante mucho tiempo. He tenido la suerte de ver muchos sitios arqueológicos interesantes en todo el mundo, pero estas misteriosas pirámides antiguas eran algo que siempre quise ver. Cuando los aztecas encontraron las pirámides, estas ya llevaban allí unos 1500 años. Nadie sabe con precisión quién las construyó, por qué y cómo. En los últimos años se han descubierto sistemas de túneles subterráneos bajo las pirámides, muchos 

de ellos repletos de artefactos. No pudimos resistirnos a pasar por este lugar en nuestro último día y echar un vistazo. 

Por supuesto, no pudimos entrar con nuestras bicis, pero no hubo problema. Fue increíble ver estas estructuras de cerca y después pudimos dar un paseo por el exterior del recinto. También queríamos explorar algunos de los barrios menos atractivos, donde la pobreza y la delincuencia reinan en las calles. Ecatepec es una de estas zonas, con casas de colores y personajes turbios. Estábamos advertidos y sabíamos que no debíamos pasar mucho tiempo allí con nuestras pintas de extranjeros, bicicletas de lujo y cámaras caras. 

Este pueblo tiene góndolas que pasan por encima, no para transportar a los mountain bikers como estamos acostumbrados en los centros de esquí, sino para servir de transporte público, en lugar de un sistema de subte o de tren. Fue una experiencia aleccionadora ver esta otra cara de la ciudad. La injusticia es muy notoria y sentimos una especie de alivio después de sobrevivir a nuestro descenso por las calles, evitando problemas. 

Esta ciudad es tan grande que los barrios individuales son como mundos separados. Un mar interminable de casas hasta donde alcanza la vista, aire contaminado y calles y carreteras atascadas de tránsito. Algunos coches solo pueden circular en determinados días como medida para aliviar la congestión vial. 

Por una vez apreciamos esta aventura urbana, pero preferimos la naturaleza y la cultura que se pueden encontrar por fuera de la jungla de cemento.

Wheels 4 Life: solidaridad sobre ruedas 

El último día no teníamos planeado pedalear, pero sí teníamos la misión de distribuir algunas bicicletas a través de la organización benéfica que mi mujer y yo iniciamos hace 17 años, Wheels 4 Life, una organización sin ánimo de lucro que regala bicicletas a personas necesitadas de transporte en países en desarrollo. Tenemos previsto apoyar varios proyectos en México en el futuro, y pusimos la primera piedra mientras estábamos allí. 

Tuvimos la suerte de donar las primeras bicicletas en persona: algunas fueron para los indígenas que dirigirán el Desierto Bike Park, que necesitan bicicletas para llegar al bike park desde sus casas, para trabajar en los senderos y hacer del bike park una empresa legítima. También volvimos a ver a un hombre que conocimos el primer día, que vive en una choza muy sencilla y a quien habíamos visto cargar pesados cántaros de agua hasta su casa. Una bicicleta no solo le ayudará en esta tarea diaria, sino que le servirá para muchos otros recados y le ayudará potencialmente a encontrar trabajo. 

¡Viva México! 

Texto: Hans Rey

Fotos: Carmen Rey

Continua leyendo

Más Leídas